Verano 24 (III) – Una partida a Kasparov

Supongo que algún día aparecerá en alguna caja, espero que no lo tiráramos. Aunque era un milagro que durara años, porque las piececitas eran muy muy pequeñas. Y el cierre no era una caja a prueba del profesor de la Casa de Papel, precisamente. Pero aguantaba, vaya que sí. Menudas peleas nos hemos echado Gary y yo.

Hoy es el día del ajedrez.

Al parecer, según las inteligencias artificiales que saben de estas cosas, «el 12 de diciembre de 2019, la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el 20 de julio como el Día Mundial del Ajedrez para conmemorar la fecha de la fundación de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), en París en 1924″.

Sin embargo, yo venía a hablar del Saitek KASPAROV Travel Companion Electronic Chess Computer Model 122 B Instructions in Retail Box Vintage Collectable Game Working. En negrita lo fundamental, el resto lo ha añadido Google tras hacer una búsqueda exahustiva de cómo se llamaba mi querida maquineja que tantas gozosas partidas me procuró, especialmente los veranos allá por Torrox y Almuñecar.

Ahora siento el peligro creciente de los hijos de mis amigos que empiezan a darle a los escaques. Son la nueva amenaza en los tableros. Primero fue El pequeño Harp, proclamándose campeón de Cataluña sub-muy poquitos. Luego su hermana siguiendo sus pasos y triunfos. Propuse echar una partida por Lichess y me arrepentí cobardemente.  Lo cual fue un error, porque mientras mi estancamiento ajedrecístico es patente (yo ya dije por aquí) esos pequeños bichejos cada vez deben jugar mejor. Es decir, cada día que pasa es más fácil que me trituren. Algún día tendrán que unirse a los torneos Trapseia, es ley de vida. Además, ya llevamos casi 12 años dándole… y habrá que seguir otra docena por lo menos

«¿Tengo que enseñarle? Yo ahí veo mejor apertura de negras que de blancas».

Esto respondí, por otra parte, a la saga de The Martins, poderosos nobles y leales caballeros de Castilla. El padre, pidiendo que instruya al pequeño. El junior, en la foto, con una sólida estructura de peones frente a su confiado padre, que había lanzado a los suyos adelante como lo haría Putin por el campo de batalla, abandonados a su suerte. Recordándome cuando aprendíamos a jugar y sacábamos los dos peones de A y H, dos adelante de una vez y al unísono, pensando que eso era el recopetín ofensivo táctico.

«Negro con blancas, frente a Blanco con negras»

Era uno de los grandes momentos locales de los torneos abulenses. Además, teníamos un nivel similar. Me aliviaba si quedábamos en tablas, porque si no la conversación con el árbitro se volvía cómica:

¿Quién ha ganado? Negro. ¿O sea, negras? No  negras era Blanco, yo, Negro, era blancas. Y he ganado yo, Negro, con piezas blancas. A Blanco, que llevaba negras. 

(cara de terror arbitral)

En la mesa 25, señor árbitro, 1-0; y no le dé más vueltas.

Kasparov tenía distintos niveles

Esa maquineja era lenta como ella sola. Tu movías, que había que apretar bien la piececita, y al rato bien largo, según el nivel de dureza que le pusieras, te respondía Gary. En ese rato te dababa tiempo a ver el Tour, Agujetas de Color de Rosa, leer «Diez Negritos» («Iam estis»), hacer quedada en «La Roca del Adiós» de Tad Williams (el olvidado) y echar una escoba haciendo guardia de sol.

[O escribir cartas, que antes el tiempo iba más despacio, hasta en verano, («Hastío y estío») y daba tiempo a esas cosas].

Había un momento, si la partida se ponía cuesta arriba, que le atacaba a Kasparov con dureza. El tipo, frío como Deep Blue, ni se inmutaba. Seguro que ahora las partidas me salían más aburridas, más pendiente de cobijar y resguardar antes de que de atacar.

"El infierno, tenlo por seguro, es un lugar en el que ya sabes cómo hacer la partida perfecta y todo pierde interés”.

Si el ajedrez es una metáfora de vida, como contaba por mi segundo libro, hay que reseñar que ya no hay debate sobre quién es el mejor jugador del mundo: la máquina. Y, para ganar, es agresiva, poco contemplativa, feroz. AlphaZero creo que se llama, que ya me parece temible hasta el nombre. Inicio… y final.

[Aprovecho aquí para colar una recomendación de relato:
«La taberna del mate» que me publicaron en un «Avilamemata»]

El caso es que este verano seguirá habiendo ajedrez. Allá por el sur, donde espero estar en breve, entre carriles y calas y aunque cada vez lo juegue peor (creo, «Pilahito») . Ahora directamente me llevo el ordenador, que es del tamaño de una cajetilla de tabaco. Antes, soñaba desde allí con el regreso, también, para poder echar un Indy «Fate of Atlantis».

Me plantearé reinstalarlo y volver a disfrutar de las peripecias con Sofia…

PD: En la foto de arriba no se ve el Kasparov. Pero estaba ahí, junto al walkman (me imagino escuchando Blur) y la libreta de direcciones para mandar postales desde la playa a los compañeros del cole. 

Pasados muchos veranos, he cumplido ya la tradicion de escribir a Muky (lastimosamente fue un whatsapp y no una postal morañega) con foto escuchando una canción de verano. Por los viejos tiempos. Esa que dice aquello de «hey lupe, lupita mi amor…» que de inmediato trae vibraciones de sol, birra y sueños de amor.

Ahora, Muky es el nombre que le di a mi Meowth del Team Rocket en mi app de Pokemon. De ella hablaré en unos días dentro de estas historietas de verano.

(Soy de los amarillos, por cierto)

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