El palo de Dicker
17/10/2023
Es curioso cómo a veces nos acordamos de detalles muy absurdos, pero sin embargo apenas recordamos caras que nos gustaría rememorar al milímetro, besos que ya nunca volverán, conciertos que erizaron la piel. En ocasiones un detalle tonto -una mosca posándose en un hombro, una colonia en un ascensor, una situación aleatoria cualquiera- activa una sinapsis perdida… y vuelve ese instante que no estaba ni se esperaba.
Me pasa con Granada mucho. Sé que hemos estado tantas veces que, ahora que he vuelto con más frecuencia, me duele no recordar apenas paseos, charlas, comidas. Demasiada Game Gear, me critico. Pero no es solo eso, sino el paso del tiempo. De las pocas cosas que recuerdo bien es entrar en un autobús y ver «Salida de Socorro». Y, claro, mi tía se llamaba Socorro. La mujer más bella de Granada, conté en su día por aquí. Y mi padre me explicaba que no es que tuviese que salir por la ventana, sino que ese socorro era más en plan «auxilio». Ahora que a veces mi hijo me hace preguntas extrañas, me imagino que alguna de mis respuestas se le pueden quedar en la cabeza, y ser mi extraño legado. Da vértigo.
Mi tía ha fallecido estos días, hacía muchos años que no la veía. Recordaré su amabilidad y entrega, y ese imponente cuadro en su pared. También hace ya 18 años que se fue mi padre. O 15 de JJ. No venía yo a hablar de estas cosas, sino de «Los últimos días de nuestros padres», de Joel Dicker. Pero es que el libro es un palo. Te da un palo. Y, si lo leéis, sabréis que esta entrada -en fin- algo tiene que ver.
Dejo, para destensar, un tuit de estos días de esas cosas del legado que dejamos, de las frases que sin saber van dejando su huella… y tras ello un resumen de Bing del libro de marras.
https://twitter.com/WebTrapseia/status/1713154863113044402
Voy tarde en lecturas este año. Voy tarde en todo, en verdad. En la búsqueda de una estabilidad económica voy arrastrando todo lo demás. Pero poquito a poco le fui dando espacio a Dicker, el libro suyo que me faltaba por leer (del resto escribí por aquí).
Me daba pereza un libro de guerra, me justificaba a mí mismo. Volver, otra vez, a la Guerra Mundial. Además, me decía, debe tener muertes, golpes de la vida y de la guerra, desesperanza. Y el título, ese título…
Y cumple, Dicker. Nadie espere un tono como el de novelas posteriores, ni siquiera «El Libro de los Baltimore» que tanto me gustó. Dicker te lleva a la guerra y te mete al ring a recordarte que esto de la vida y de la muerte es tantas veces cruel y malvado y que el camino se regocija de cogerte como un saco de boxeo. Sobre cuando te engancha y no te suelta y te noquea y te deja abajo, muy abajo. Sin respuestas, sin referentes, sin héroes, con muchos vencidos.
Paul Emile, Palo. No se me olvidará este personaje, lo cual ya es mucho, ahora que tenemos tantas historias disponibles, sobre todo audiovisuales. Porque Palo es soldado, pero es poeta. Porque Palo es novio, pero también es hijo. Es un hijo que se va de su padre en mitad del peor escenario posible. Siempre queriendo volver. Y Palo es bueno, pero no es Gordo. Y puede cautivar y manipular, aparentemente sin gran malicia, y todo eso puede acabar siendo el peor error. Y en mitad del error, sin embargo, aparecer el legado.
Porque la guerra enloquece y trae miserias y desesperanza. Y el amor, la amistad, las lealtades y desvelos sufren en escenarios así. Nunca está de más recordarlo. Más que nunca en épocas históricas como éstas, con tantos extremos y pocos grises, cuando la vida está llena de tonalidades y de peros.
https://twitter.com/maruspleen/status/1678787129327902722
Maldito Dicker que escribió todo esto tan joven. Tan joven y tan viejo, claro está, porque la patada al riñón del lector ahí queda. No es una novela fácil, porque en las que son así los buenos siempre ganan, consiguen al chico o a la chica, vencen la guerra total y la particular. Y no es lo que brinda Dicker, no.
Ay, Paul Emile. Cómo dueles, Paul Emile.
Y, sin embargo, …