Torpes y orgullosos

Tuclutú. Tuclutú.

Mueca. El tiquetero insiste y la máquina vuelve a protestar. No hay tuclutú. Es entonces cuando el anodino chequeador de billetes de Renfe mira la hoja y con un desprecio que habría merecido un collejón le espeta a la pobre mujer…

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– “Aquí pone noviembre, señora. ¿Cómo se ha podido equivocar de mes?”

Pues no sé, fuckin bastard. Tal vez porque vuestra web es pura bazofia. Y, en cualquier caso, lo que tienes que hacer es ayudar a la pobre señora a cambiar el billete en los 5 minutos que restan para cerrar el acceso. Sin embargo, en vez de eso le señala la ventanilla de Zaragoza Delicias, se desentiende, coge mi billete y hace otro tuclutú.

Me quedo preocupado debajo del reloj. Encima es un reloj de esos que el segundero no hace movimientos secos sino que no para nunca. La manecilla está en continuo movimiento y parece que el tiempo vuela. No paro de mirar hacia arriba, esperando que la señora aparezca. Hacia arriba y a la vía. Tal vez haya suerte y el tren lleve un poco de retraso. Pero no, en casos como éste Renfe siempre es eficiente.

Miro hacia arriba y lo que el Ente me envía son tres monjas, que se me colocan al lado a hablar de plegarias. Colega, tienes estilo. Eres un cabronazo con retranca divina.

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Estoy nervioso y tentado de subir, dar una azotaina al de Renfe, montar un pollo y salvar a la mujer, que tenía cara de que el contratiempo le venía grande. Seguro que el billete se lo sacó un nieto deprisa y corriendo.

No sé qué hacer así que escribo a #parientasintwitter y le cuento la escena. Bien sabe que podríamos ser ella o yo los que estuviéramos en esa situación. Torpes y orgullosos.

El segundero sigue su avanzada cual blitzkrieg. Escribo a Baeyens para decirle que me acabé “El contable hindú” y que me siento inquieto. De la señora y de la sensación de dejar atrás un libro y sus personajes (muy interesantes por cierto). Dedicaré el viaje a despedirme del tripos, trinity, la guerra, hardy, la gata y la hermana con ojo de cristal.

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Tren con señora al fondo

La señora no aparece y el tren ya enfila el microclima de Delicias. Tengo un último plan. Hacer un par de fotos, abrir la maleta, ponerme el último en la fila y hacerme el remolón. Retener la salida, vaya.

Y entonces ocurre el milagro. Un señor con walkie-talkie pega una voz. Y de arriba, más allá de la cinta de ” acceso cerrado – no pasar ” surge la valiente señora a zancada perdida bajando las escaleras…

Vuelvo a escribir a #parientasintwitter para contarle que nuestra prota está “all in”. Sube delante de mí, que me he propuesto ser el último en acceder al cacharro. Diego me escribe para decirme que fue un placer y yo sonrío porque esta tierra nunca falla: Zaragoza siempre da una historia para contar.

Enciendo el móvil y escribo atropellado. 7% de batería. Habrá que darle a publicar

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