El inicio de las tormentas

“Rarita no…mejor alternativa”. Era una mentirijilla piadosa. Siempre había sido una empollona más diestra en el manejo de los libros que en el control del joystick. Pendiente de soñar y de viajar, con ganas de mandar al Pisuerga a hacer gárgaras. Lejos siempre de las chicas guays, esas que reciben sin falta la visita de los machotes de turno. Camarada orgullosa de cuatro amigas bien puestas, andarinas sabias de camino viejo pero confiable.

Nunca quiso saber cuál era la línea de la vida y cuál la del amor. Una era demasiada corta y la otra demasiado entrelazada, como pidiendo un desbrozo. Ella era más de espirales, círculos abiertos buscando nuevos caminos. El viento, sin embargo, no entendía de bondades ni de cómo ponerlo sencillo. Ese verano los huracanes no paraban de soplar y el techo parecía caerse sobre su cabeza cada madrugada.

Te odiaré con amor, parecía susurrar entre sueños.

Los juegos empezaron entre fuegos, la hoguera prendía desde entonces. Todo sucedía veloz y habían acabado chocando irremediablemente. Porque hay besos que no se piden, se roban, se camelan ocultos tras la tormenta, calados como pájaros mojados, buscando el recorrido de las avenidas de cada corazón

¿Qué otra cosa podía hacer si lo habían removido todo? Recordarla era su dopaje. Todo se aceleraba, incluso él mismo, con esa chica en la cabeza. Su mente bailaba, la cabeza se le volvía Sun Tzu. El plan era traer la guerra para poder hacerle el amor. Ella armada con su tanque y él apuntándola con cuatro flores. A veces inoportunas, pero siempre pertinentes.

Ascendiendo como una flecha valona, contando historias debajo del firmamento. ¡Defiéndase espadachin! ¡Te arrepentirás de esa frase! Ardía la rama (las estrellas ardieron también)

Se acerca el invierno. Y el trueno clamó que siguiera el juego de tronos.

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