Estado emocional: Bast (feet under)

"No está chiflado. Solo tiene un puñado de compulsiones emocionales desafortunadamente intensas"
Kote
Posadero

La vida es eso que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes… y vas leyendo cosas. Y esa lectura que te acompaña (no digamos ya si no te acompaña) te condiciona la manera en la que vives esos momentos y rehaces dichos planes transitando estrechos senderos intentando esquivar el sueño. Porque si el libro es bueno, y los de Patrick Rothfuss lo son, lo que le sobra al día son las horas de dormir. 

Así que mi estado emocional es Bast. que baila más que camina, que es oscuro y encantador, de aspecto agudo y delicado. Rápido y astuto. Mágico. 

Yo, obviamente, no soy rápido ni delicado, sino más bien grandote, torpón y tosco. Pero es primavera y a las 18 horas dan ganas de salir a correr, no de encerrarse en casa. La vitalidad te recorre, saludas a la Luna y a quien ande por ahí, ronroneas un poco, te sientes veloz y sagaz. 

Vale, sí, luego está la alergia… pero es que aún la esquivo medio medio este año. Debe haberse vuelto loca -mi alergia, digo- de no saber si es primavera, otoño, invierno o lo qué: «Con la granizada que ha caído aún no me toca estornudar, voy a dejar en paz al pobre chico».

Bast, primavera… Nate Fisher.

También niños, siempre niños. Que te llenan y te agotan. Y te llenan. Y te agotan. Por eso a las doce, quiera como quiera, desee lo contrario cuanto lo desee y me ordene el día como me lo ordene, el aguante se vuelve insostenible.

Plof

Rebelíon: No. Una última cosa antes de dormir. He retomado «A dos metros bajo tierra», tras unos años sin verla. No me gusta dejar las cosas a medias, pero los libros y las series y las pelis se resintieron con la llegada de los renacuajos. Y es bueno que sea así. La serie se emitió entre 2001 y 2005, que fueron años importantes. Aunque entonces, claro, no habría entendido la serie como ahora. Tampoco es lo mismo verla antes de críos que después de ellos. Ni ponerla como la disfruto ahora, generalmente a medianoche, peleando con los párpados y los esfuerzos del día entero.

«Nobody sleeps», se titulaba precisamente (el Ente se lo pasa fenomenal con estos guiños) el capítulo con el que volví a ponerme en manos de los Fisher. Y con ello también en las reflexiones y situaciones con las que la serie se vuelve excepcional. Patadas al riñón sobre la vida y la muerte, los sueños y complejos, la existencia en sí.

Lo dicho, que cuantos más años pasan más sé que no entiendo una iota.  Y aún así, estos meses duros, he logrado ir colocando piezas. Camino del solsticio. Con ganas de Felurian.

Que no decaiga. Y perdonen que no siga, pero son las doce.

(Plof)

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