Una granizada y un soriano

La última vez que estuve en Ávila cayó una espectacular granizada.

Si, fue hace no mucho.

Da gusto ver la sierra, el río Chico y sus 50 miniafluentes rememorando viejas glorias, mientras el Real Ávila siente la ticoti del ascenso y está con la pólvora mojada. Primavera abulense, paraguas al viento. Sobre todo al viento, dados todos ellos la vuelta jugando a Mary Poppins.

Hablando de la borrasca, el malvado Nelson -o su primo el que empezará por M- se desató con furia sobre el paseo de la Estación. Este intrépido narrador, bajo la protección de un quitaguas de Mickey que no parecía que fuese a aguantar las embestidas de Eolo, decidió refugiarse en el bar más cercano, como hicieron unos cuantos turistas y viandantes. Y ahí, ya a cobijo y viendo el panorama, procedí a sacar la libreta mental de guardar anécdotas, porque iba a haber historia. La que iba a protagonizar el humilde cúrrela que tras la barra, de repente, ve como su bar recibe la llegada de varios paisanos mojados pero sedientos, con hambre (ya la hora lo permitía) y ganas de leerse el Marca y el Diario.

Se me apareció en la mente el alcalde García Nieto diciendo que el taxista es el primer embajador de la ciudad. El camarero el segundo, le añadí a nuestro regidor mentalmente. «Y hoy, con esta chaparrada, para muchos directamente el primero», añadí a mis adentros.

Spoiler (destripe, en castizo): podemos presumir de camarero paisano.

[Historia escrita para «Los 4 Palos» que continúa allí]

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