El 12 del Komando (y II)

Érase una vez un equipo de fútbol que no le ganaba a nadie… el Komando Mariano.

Ahí había periodistas, camarógrafos, amigos de periodistas, gente de buen vivir. Era previsible que no destacara el equipo por su desempeño deportivo, sino más bien como club gastronómico. Y en cierto modo es lo que éramos, dado que lo mejor del partido solía ser el tercer tiempo.

Empecé a contar esta historia la semana pasada. Pasé hace poco por donde jugábamos y paré en el pueblo. Me acerqué al estadio, que yo creo que ese instituto no estaba allí entonces. Escuché ecos de memorables partidos, como ese día en el que perdimos 12-0 o 13-0, pero el equipo se echó adelante los minutos finales, tirando la línea de forma kamikaze, para al menos meter uno. Fue al óctavo gol en contra cuando nuestro capitán, que tenía una fe inquebrantable, decidió que a esos creídos les íbamos a meter uno, por nuestras pelotas. Pues ni así. Éramos una tropa fantástica. Luego nos echamos una birras… y al volver a Ávila mi madre me estaba esperando como una especie de «Intervention»: «Pero hijo, ¿a ti te merece la pena?»

Y lo hizo, durante todo un año. Con frío y con calor. Jugando descansado, con resaca o directamente «dopado» de brebaje nocturno. En el primer curso acabé de tercer o cuarto máximo goleador, compruébese el tremendo despropósito. 

Le dábamos a la pelota. Entrenábamos, a veces, jugando fútbol sala. Recuerdo a un fotógrafo, eminencia de ese arte allá por Segovia, decirme muy en serio en mitad de una pachanga en el Pedro Delgado: «Eh, que aquí no hemos venido a correr».

Y no creo que se pudiese definir mejor. Yo jugaba a menudo de lateral por la derecha, para correr toda la banda, dado que nuestro interior diestro no era precisamente el Pajarito Valverde. No duraba ni dos sprints el jodío. Pero no faltaba casi nunca, así que era titular habitual de la expedición.

Tuvimos días de gloria, eso sí. Contra el mejor equipo de la liga nos tocó un día de nieve. Campo impracticable. Lo supimos aprovechar: perdimos sólo 2-1 frente a algunos jugadores que incluso habían pasado por la Segoviana. Nos faltó algo de suerte para meter el 2-2 en una contra letal… pero nuestro delantero se quedó sin aire. 

O ese día que empezamos el partido con 9, porque el mediapunta no llegaba, y estuvimos encerrados media hora como auténticos jabatos. El rival era el antepenúltimo o así, era día de intentar puntuar. Se nos hizo largo el match. Creo que perdimos 2 o 3 a cero, aunque ya la segunda parte jugamos con 10.

«A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo»

Lo pongo en negrita para que destaque. Ya llevábamos un tiempo en la liga y éramos algo más rocosos, aunque seguíamos sin ganar. Nos vino un equipo asequible, que tampoco los rivales eran el Bayern de Munich, claro está. Y nos hicieron una treta. El árbitro, que tampoco era Pierlugi Collina, no vio cómo uno de nuestros jugadores era agredido de forma sibilina por la espalda. Nuestro capitán (yo jugaba de Makelele, resacoso) nos junto al lateral, al otro central y a mí, y nos dio instrucción clara: «Ese tipo, la próxima jugada… no pasa. A ver si me entendéis: no va a pasar».

Y no pasó, no. Palabra de capitán, patada de capitán. Al final del partido tuvimos hasta conato de enfrentamiento, resuelto por uno de nuestros lugartenientes, que ante la bravata agresiva de un jugador rival respondió muy serio, en gallumbos. ¿Sí, qué? ¿Qué? Y no hubo más. 

«Se lleva el duelo por todo lo bajo»

Así tituló el Adelantado, o el Norte, cuando jugamos los dos equipos que cerrábamos la tabla. Partido de ida, perdimos. Imaginemos que el otro equipo era el «Frente Barto», pues el titular fue «El Frente Barto se lleva el duelo por todo lo bajo». Para entonces ya éramos una leyenda del deporte segoviano.

Pero faltaba la vuelta

Si volvéis arriba veréis la imagen que corona esta entrada. Así me imaginaba yo el partido de mi vida: yendo hacia la cámara de televisión, feliz de entregar la Copa de Europa a mi equipo. 

La vida real no tuvo cámaras, pero sí épica.

Éramos los dos peores equipos… y ellos estaban con 10. No habían logrado juntar 11. El pan nuestro de cada día en nuestro caso, pero era la primera vez que nos pasaba a la inversa. Nos concienciamos. Eran casi tan malos como nosotros y tenían uno menos. Era el puñetero día. Yo jugaba de lateral interior largo.

Y nos clavaron el 0-1. Bueno, 1-0 porque era en su «estadio». A la contra, su delantero era veloz, qué le vamos a hacer. Los minutos pasaban y no desarrollábamos ni media jugada decente. Hasta que la cogió nuestro jugón. Se va de uno, se va de otro, centra por la banda.

Ay, Diosito. Que estoy solo.

Ay, Diosito, que solo tengo que empujarla.

Ay, Diosito, no puedo fallarla, que no.

Y ahí tenéis al lateral avanzado, colocando el cuerpo. El plan era perfecto: control del balón, chut con el interior, celebración con la hinchada (dos novias creo que habían ido a vernos).

No, demonios, no.

Pero ¿cómo he podido controlarla tan mal? 

¿Cómo he podido medir tan mal?

Total, que el balón sale despedido de mi bota. Pero ojo, atención, genera una parábola perfecta. Y así, el control orientado se convierte en una vaselina perfecta por encima del portero que acaba entrando por la escuadra.

Un golazo épico, impresionante, increíble… de no ser porque todo el mundo sabía que había sido sin querer. El goleador se dirige entonces a su equipo y dice «Bueno, a ver, ¿Es que nadie viene a celebrarlo?»

Todo el campo había quedado compungido, estado de solemne estupor, parálisis generalizada. Pero de repente todo el equipo fue consciente de que era el ansiado empate. El jugón, el del centro, vino hacia mi a darme palmadas en la espalda hasta desmontarme:

«Tenías que ser tú, sabía que ibas a ser tú, mecaguenmivida»

Minutos después, nuestro lateral izquierdo chuta desde el centro del campo, 40 metros a portería, y entra de nuevo por la escuadra. 

Dos laterales, dos golazos.

(Si que es verdad que de extraña factura, al menos uno de ellos)

Y así fue como El equipo que no ganaba nunca … ganó: 1-2.

Y ahora que tengo edad de estar retirado del futbol, jugando los partidos del Corazon Classic Match, recuerdo esto como el punto más algido de mi carrera deportiva en fútbol (junto a un suceso similar en dardos, que contaré la semana que viene).

He pensado un último homenaje a esto del Komando (aparte de lo que de verdad importa:  seguir escuchando a Javi, pedalear junto a JC, leer a César y echar en falta a Fierro). Tengo una idea de novela, habré escrito apenas unas líneas. Dos protagonistas, dos deportistas. El será portero de fútbol y se llamará como nuestro sufrido arquero del Komando, que él sí era muy bueno, muy por encima de los demás. Un pequeño guiño, si algún día eso lo escribo, a estos benditos viejos tiempos, que sí merecían la pena, vaya que sí.

(Qué golazo fue aquel)

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