El canalla D.C. (o sentar la cabeza)

D.C. es Distrito de Columbia, para mi decepción en tiempos juveniles… pues siempre pensé que sería algo así como «Washington, Doña Capital». O, al menos, «Donde la capital». La verdad es que siempre supe que la teoría iba floja por culpa de la D, pero la C tenía que ser de «Capital».

Lo primero a reseñar del cabronazo de Diego, por ello, es lo de que lleva inserto un DC en los apellidos. Y es que el tipo ha nacido para volar alto, no cabe duda. «Malintencionado, malévolo, pérfido o canalla», como me recomienda el diccionario, se le queda algo corto como definición. Cabrito, más en desuso, sí le encaja más, y además es con C, como Columbia y Capital. Pero lo correcto es cabronazo, porque hay que serlo para, sabiendo que a mi vida le faltan tantos minutos, regalarme un libro tan bien escrito como el de «Ya sentarás cabeza», de Ignacio Peyro.

Sabía lo que me regalaba, el andoba. Espigado, listo, ambicioso zalamero y además canalla porque solo uno de esa estirpe puede obsequiarte con un libro de 500 páginas y decirte que te va a encantar. Que el libro se titule «Cuando fuimos periodistas (2006-2011)», me tocaba bastante, porque fueron los años en los que más ejercí la profesión. Los años más intensos o de más pureza… que ahora suenan lejanos en pleno ejercicio mío de apostasía duradera (Y sin embargo)

Así que recibir este ensayo, o colección de memorias y pequeñas narraciones, era un golpe que DDC supo darme, porque una de sus virtudes es leer a los que tiene cerca, lo que ya es mérito dentro de su envidiable juventud. Por todo ello, y para concluir la larga introducción, lo primero a reseñar es que lo que me hizo no fue un regalo sino una maldición bendita o bendita maldición. El gualtrapa, además, me lo dedicaba hablando de amigos, enemigos, compañeros de partido, hermanos, juventud y deudas de agradecimiento. Me dejó el libro y se fue a Bruselas, a mandar postales de la política comunitaria, la vida alegre, banderas y olvidos. «De lo que menos se habla aquí es de política», me vino a decir poco después. Casi me lanzo al Pisuerga, de no saber que ya me estaba mintiendo, como es menester en la profesión. Groot ya sobrevivía en la nave comunitaria.

Se me quedó el libro ahí en el sofá, en uno de los laterales. A veces me lo cogía uno de los pequeñajos, buscando dibujos o fotos. Me lo acabé llevando al cole, para leerlo mientras el mayor estaba en inglés. Y ha sido mi compañía desde Semana Santa, café a café, de cinco a seis de la tarde. Eso, y haber retomado (años después) el visionado de «A dos metros bajo tierra»... ha ido dejando en mí una primavera que se acabará notando en lo que haga o escriba, a buen seguro.

En las páginas del libro, como me temía, estaba el perro mundo -a la vez bello- del joven periodista pobre hasta las suelas que pisa el Ritz o el Palace con licencia temporal de visionado. La política, el amor, lo estético, lo vulgar. Las pasiones que rodean todo ello, las que se pueden contar y las que se deben dejar sólo intuir. Todo lo que me gusta, vaya, pero escrito como me habría gustado saber escribirlo. Y vivido como me habría gustado vivirlo si la existencia no me hubiese querido siempre cerca de Madrid, viviendo Madrid, pero desde fuera de Madrid. Llevándome a Ávila, Segovia, Zaragoza y Valladolid, rodeando la gargantúa de la capital… pero solo yendo de visita. ¿Qué habría pasado? ¿Y sí…? Pues algo parecido, tal vez. Pero sin duda mucho peor escrito. Y por eso, a lo mejor, la vida me quiso únicamente de orbitador de la capital, nunca de habitante.

Si fuese de los que señalan frases de libros con un rotulador me habría acabado ya la tinta, la mina y la santa maría. Ya hay que ser frío y dulce como un polo para regalarme un ensayo (¿o es poesía en prosa?) como éste, apunto por enésima vez. Libro que nunca termino porque supongo que realmente no quiero terminarlo. Viviendo así el Madrid que no viví, porque estaba confrontando cierzos y enamorando una pucelana. Que tampoco es poca cosa, pero la punzada de la Villa, de la no villa, ahí queda.

El destino, sí, ese cabrón con pintas, me hizo rodear laboralmente Madrid sin dejar asentarme allí. Por darle sentido a lo que tal vez no lo tenga (pero qué pena si es así) siempre pensé qué tal vez me protegía de algo. De la juventud de mí mismo,  probablemente. Ahora, con dos niños y un Excel lleno de cuentas con números en rojo, a veces me vuelvo a preguntar si tal vez. Que ya habría que ser cabrón en estos tiempos de teletrabajo.

Mientras, MiniRu (mi sobrino), me escribe desde el Bernabéu. Se ha hecho amigo del hijo de un ex futbolista, y a veces va a un palco VIP. Recuerdo cuando fracasé intentando hacerle pronto madridista, llevándole a un Madrid-Sporting que supuso la primera derrota en casa de Mourinho en no sé cuantos años (¡Manolo Preciado!). Abril de 2011, precisamente. Casi no he vuelto al Bernabéu desde entonces y ahora es una nave espacial. Menos mal que la crisis de los 40 me pilló ya en los 30 y pico, si no esa noche habría tenido que abrir otro Johnie Walker.

DC ha vuelto de Bruselas por unos días y le cuento que llevo el libro por fin avanzado. Se lo agradezco, a la vez que le insulto un poco.

«No te recordaba tan alto», descubro por enésima vez que le digo por enésima vez al verle después de meses. Me prometo, definitivamente, no olvidarme de su altura. Lo escribo y me obligo.  Las conversaciones de política a veces se enganchan, así que la noche nos sale rara. Al final cerramos el bar, reencontrada la camaradería. Imaginando otra vida, de consortes de rica heredera de zumo de cebada: yates, cócteles, persiguiendo el sol y una última ola. De vuelta a la realidad le comento que empiezo de profesor, pero que otros proyectos van más despacio. Y prometo visita a la UE, sabiendo que probablemente me es imposible.

¿Quién analiza ya los discursos? ¿Quién lee los diarios de sesiones? Algunas palabras de ambos habitan ya en archivos que nadie releerá. Los mitines siempre se me resistieron, eso sí. ¿Me pasaría de monologuista? Tanto tiempo pa poder sacar un disco y hoy resulta que se venden más los libros, cantaba el filatélico y numismático Rafa Pons.

(Rubor enorme de imaginar que un día Peyró llega a esta pagina y descubre que en una bitácora de internet le copian a veces el formato del libro para, precisamente, hablar de su libro. O con la excusa de su libro)

Vuelvo a la solapa por enésima vez para comprobar que mi diferencia de edad con el autor es de sólo tres años. ¿Cruces posibles del destino estos años por conocidos comunes? Alguno hay citado, pero creo que sólo le seguí la estela en lo de la dipsomanía, la mía menos sofisticada, mucho más de Mercadona. 

Acabando el libro me concedo el imaginar que algún día acabamos juntos filosofeando en alguna barra, pero que lo olvidé al amanecer. Las páginas 320 y 321 como acompañamiento (más bien al revés, lo mío sería el cortometraje) a mis historias sobre  sección de congelados.

Lo termino sin darme cuenta (el libro).  Rajoy ha ganado las elecciones y yo, en ese momento, dejaba de ser víctima de la provisionalidad. Procedía a enamorarme, a dolerme, y a todo lo que vino después. «Surgirán muchas historias inabarcables, prisas, estrés, gritos y horas perdidas que no aparecerán en el sueldo. Lo sé» (V. dl P.)

«Ya sentarás cabeza» pasa a ocupar lugar destacado en la estantería. 

(Demasiadas canas ya)

De nuevo vuelve la vergüenza de pensar que tal vez el autor un día lea esto, ahora que me ha seguido en Twitter. Si lo hace… espero que me imagine terminando este post en un taxi. 

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