(Re) conciliación

Hagamos primero un dibujo de la situación: padre velocirraptor (más aún estos días por las muletas que acompañan a #ParientaSTw) empeñado en no perder un minuto por la mañana, porque por la tarde los críos lo consumen todo (y he elegido eso no perdérmelo, si puedo evitarlo).

Pero la vida derrota, aunque haga todo lo posible para que no-

Así que ahí tenemos al prota, aún sin desayunar, haciendo lo que los modernos llamarían multitask: leyendo el periódico y revisando Twitter y engullendo un trozo de tortilla (todo a la vez en todas partes) en el bar de enfrente del cole en el que acaba de soltar a los dos sátrapas del hogar. Un café rápido, se dice a sí mismo, en lo que cae el pincho -también presto- con una lectura en diagonal al Norte, marcando como leído correos y readers, visitando Linkedin por si apareciera alguna oportunidad ansiada. No lo hay, o no lo parece, así que doy el último trago echando la mirada sobre las últimas novedades en las materias que ahora imparto: las novedades en protección de datos, los consejos de Fundeu… el reciclado que me apasiona y que a la vez es apasionante.

La camarera -una profesional- ya sabe lo mío. Y sabe también que me suele gustar pagar -si puedo- nada mas pedir, para luego salir pitando (sigo siendo «El hombre con prisa»). Tres o cuatro funcionarios han salido de repente y nos hemos quedado muy pocos en el bar.  Queda una misteriosa chica tras la columna, con unos auriculares. También un señor alto y barbudo mirando futuros en los posos del café. Y la cocinera, al fondo. Se hace silencio de pronto y entonces cambia la canción.

Poco a poco sucede la magia. Todo ocurre en instantes, primero en voz baja y luego ya menos, creándose algo de coro. Los cuatro, desde cada esquina, habíamos empezado a canturrear la letra. Y aunque en un primer momento se produce un punto de pudor al darnos cuenta de lo que está sucediendo, la fascinación nos lleva a seguir, ya menos recatados, más reconciliados con el mundo. Cantando ya abiertamente, felices y conectados, sonriendo como enuncia la canción:

«Dónde vamos tan deprisa,
me pregunta su sonrisa»

La vida me recuerda entonces a un yo mucho más joven, muy amartelado en aquella era, en un turno magnifico (sólo cuando hacía sustituciones) de 6 a 14 horas, que escuchaba esa canción mientras atravesaba Parquesol contemplando horizontes, estornudando alergias y enamorando(se) con mariposas.

Vuelve mi mente al bar, busco alguna mirada de complicidad de vernos todos ahí, pocos (no revueltos), pero reunidos en la sentencia de Robe de que la realidad que necesito se ha ido detrás…

Dios salve la (buena) música. Y las oportunidades de (re) conciliación con la vida. Si hay tiempo. Si hubiere un plan.

Y que se nos note en la voz que por dentro es de colores.

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