Las nuevas etapas

28:03

Es un día importante. La primavera ya lleva una semana asentándose, pero todavía la alergia no se ha abierto paso en su plenitud. Puedo pasear por los parques sin ser un festival del estornudo y a la vez buscar sombras que mantengan mis vitiligos en su lugar (aunque el de la izquierda ya no tenga forma de corazón)

Pero sobre todo es el día que nació mi madre (pueden dejar por aquí sus felicitaciones). Y, como la vida a veces te deja juegos por los recovecos, también es el día que nació mi suegra (mismo día, distinto año)… y el día que se puso la primera piedra al Camp Nou, ese lugar que ya no es tan nuevo y en el que se juegan partidos de Kings League. Pero más allá de las cosas de Piqué, me centro en las cumpleañeras. Ambas han estado preocupadas por mí desde hace algo más de un año, conscientes de que lo de reciclarse no siempre es fácil. Y hoy quería contar un poquito el proceso.

Ya puedo decir que soy profesor. Había estado yendo a clases, aprendiendo de compañeros y metodologías (también de los alumnos: cómo son ahora, qué reclaman, qué funciona y qué no). Pero no me había enfrentado al estrado hasta ayer, que lo hice doblemente. «Con desparpajo», me dijeron posteriormente los jefes. Me lo tomo como un notable, sabiendo además que la segunda función -creo- me salió mejor que la primera. Así que desde aquí ya a mejorar.

2022 y 2023 iban a ser años a vivir, eso lo vi venir. A vivir, que no quería decir fácil. No puedo reprocharme nada de ello, porque mi anterior responsabilidad se me daba bien y supe aceptar que en lo que vendría después no merecía la pena estar. No todo vale, al menos si se puede evitar. Pero no iba a ser fácil, claro. Todo ello lo dejé profetizado de algún modo por «la catarata». Con el prometedor título ryanesco de «Note to self: Don’t die» aquí quedaban frases como «¿Cómo hacen ahora las clases? ¿Siguen llevando transparencias? ¿Los apuntes van vía Whatsapp? ¿Usan Dropbox? ¿Al profe le hacen alumno-bullying por Twitch? ¿Sabría soportar el mote que me pusieran? ¿Los chavales siguen poniendo motes o te cancelan? ¿Usarán iPad en vez de bolígrafo? ¿En qué momento dejé de ser un early adopter para ser un sobrepasado viejuner?» a la vez que me daba mandato de «Siempre replantearse, recalcularse. No dar nada por hecho. Dejar la más obstinada costumbre y dar la cara si hay que hacerlo, cuando haya que hacerlo, por lo que haya que hacerlo»

Las nuevas etapas

Pasado el tiempo, hube de atravesar el camino de la profecía, y tuve que estudiar. Estudiar mucho y bien, que con dos críos en la recámara no se puede permitir uno los excesos de la carrera de ir al examen con pinzas. Y, meses después de preocupar a madre y suegra, de repetirles que había un plan, que era necesario preparar las cosas bien… me vi por fin preparando el maletín, eligiendo camisa. Esta vez sin necesidad de echar el último vistazo rápido antes de llegar a clase, porque no hacía falta. Esta vez sin la inseguridad de los años universitarios de poner una canción en el Discman, de Metallica seguramente (contaba por aquí en su día). Seguro, satisfecho y repleto de ganas. Caminando firme. Y eso a pesar de que L, el pequeño, había activado «el detector» por la noche (uno de sus superpoderes)

El superpoder de L 

El enanete tiene más mis cosas, al igual que el mayor tiene más las cosas de la madre. Y eso incluye el sueño: ligero el mío, profundo el de #PsTw. L tiene un detector de ocio: si todos duermen, Papá ya ha fregado y está todo tranquilo… seguramente ese ufano progenitor se dispone a ver su serie o leer su libro. Así que se activa el detector: L llora y te reclama para si. Es lo que llamo «el detector de ocio». Pues L, he descubierto anteanoche, tiene una sub-versión: «el detector de te has ido al despacho». «¿Me ves en tu pantallita? ¿Me ves bien?¿Te piensas que ibas a trabajar en algo? Pues prepárate que viene el llanto»

Dormí poco, pero no por nervios sino por L, el del detector. En todo caso, el cansancio no hacía mella porque a todo lo vence el poder esperanzador de un nuevo comienzo. Ya en solitario, con lo apasionante y retador que acarrea. Con los agarrones al estómago, las ganas, la necesaria cierta emoción y los nervios.

Vivir, no se le pide menos a esto de darle sentido a las vueltas al sol.

Escena post créditos

Paco (la estrella de la casa) y yo nos cortamos el pelo a la vez. Estamos sincronizados. Nos toca de nuevo, y estoy en la misma situación que dio lugar a la mencionada catarata: ha cerrado mi peluquería. Mis canas son gafes, parece. 

Antes de irse al cole, mirando a Paco, M (el mayor, 4) ha dicho muy solemnemente que cuando tenga 18 llevará en coche a nuestro perrito (8) al veterinario si se pone malo. “Paco” hoy está estupendamente pero ahora tiene un dueño medio melancólico que no para de acariciarle la tripota.

Nos dejaremos largos los pelos blancos, un ratito más, lanzaremos besos de perro, «y, otra vez, a la acera. Y, así, me da la mañana y la tarde y la noche entera, y a la mierda primavera»

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