Note to self: don’t die (I)

(Viene de ¿Y si…?)

I. Given to fly

La parte indudable del recuerdo es que tenía 38, sin duda 38. Años, digo. Lo que la memoria ahora traiciona, lo que no me deja aclarar del todo, es si era en la foto de la boda, la de su boda, la de mis padres.

El asunto lo tenía por seguro desde adolescente, seguramente desde la primera vez que me dio por pensar si un día me quedaría calvo o tendría canas (alguna me saldría, en la barba probablemente). Papá, a los 38, peinaba canas. Muchas canas. Casi todo canas.

Aquello, sin embargo, para mí me sonaba lejano, como a 200 vidas de lejano. Luego.. a 150 vidas de lejano. Luego…

Tengo 37.

Me tuvo con 43. Me tuvo mi madre, obviamente, que leerá esto… y le estoy haciendo una faena trayéndole recuerdos en estas épocas de año. Especialmente en este año, con tantas ausencias y distancias.  Mi madre era más joven, pero mi padre tenía 43 cuando yo nací. Y, con esas canas, a mí de algún modo siempre me pareció viejo. Siempre parecía no querer jugar a la pelota (recuerdo, diré en su defensa, que yo era bastante incansable). Y yo me prometía que, cuando fuera padre, intentaría serlo antes,  para poder jugar al balón con mi hijo. Si no, no habría manera de llegar a ser Oliver Atom. 

Así que un día, y casi me viene a la mente que fue en el patio del colegio, me vino una pregunta terrible a la mente. ¿Llegaría mi padre a mi boda? Hice cálculos rápidos… si uno se casa con veintimuchos o así, para entonces él tendría 60 y pico largos. Mucha gente se moría con esa edad, pensé con un escalofrío. Mis abuelos, de hecho, que me parecían (obviamente) muy mayores, tenían por entonces más o menos esa edad.  

Me sobrevino la pregunta muchas veces desde entonces, aunque con el tiempo me la fui quitando de encima. Ya sabéis… cuando uno se mete en la adolescencia, escucha una canción de GunsNRoses y se descubre inmortal, indestructible, infalible, infatigable, vital, invencible.

Un gilipollas con ínfulas.

Mi hermana se casó, mi padre estuvo, también estuvo su mejor amigo (nunca supieron que sus hijos, el infuloso Rubén y la indomable cordobesa, empezamos de ahí una relación). Las madres sí, las madres sí lo supieron, siempre han sido más listas. Tenía yo 22 años y no podía imaginar que pronto el coche olería a ti. Pero sin ti. 

Poco después, aquello fue demasiado rápido, supe que sí que sabías que te ibas cuando le viste venir a Ávila a él, a tu amigo cordobés, y le pediste a la vida que os dejase otro último encuentro.

Te fuiste al día siguiente y pensé que no iba a llorar. Pero lo hice; ahogado, corto y rabioso pero lo hice. Lo que no podía imaginar es que aún ahora a veces me descubro llorando de noche, en algún sueño, sin saber bien por qué. Pero sabiendo que es por ti, por la falta que luego nos harías y que en ese momento de veinteañero no supe calibrar.

Afortunadamente.

_

Salgo de la peluquería esta semana que empezamos a despedir a este cabrón de 2020 y me asalta todo esto a la cabeza. Me sale el «Y si…» que os ponía entre semana en el Facebook y que no he sabido continuar hasta hoy, en el cierre de este penúltimo viernes de año.  

Me sale porque cruzo la calle, donde la Casa Aragón, pensando en mis 37 y mi pelo blanco. En Beatriz, que me decía el lunes que a los hombres las canas nos quedan bien. Y en Richard Gere, que yo no soy Richard Gere, como siempre me repite María con sorna.

Ana, la peluquera, me había dicho que tengo el pelo blanco, sí, cada vez más blanco, sí, pero muchos. Muchos pelos blancos. Que no me preocupe. Ella mismo me los tiñó para mi boda, con un spray salvador que Mario me prometió que se me iría en 3 lavados. 

En 3 lavados se fue, y me hizo recordar, Papá, cuando te echaste Just for Men, para quitarte las canas, y se te quedó el pelo amarillo… para espanto de Mamá y de Myriam, sobre todo de Myriam.

Pero sobre todo me acuerdo del puto texto de Gistau. Leedlo entero aquí si no os suena, pero decía, de su hijo, entre otras cosas..

«Lo que pido es tiempo para acompañarle al menos un trecho largo de su camino vital, como espectador y como cómplice»

Y le doy al control V mientras el mío, el Atila que tengo por vástago, grita «Papá» desde detrás de la valla que le hemos tenido que poner para evitar que mientras dormimos emigre a Tegucigalpa (parece que ha heredado lo de ser movido).

Y en él pensaba cuando me vino todo el click de escribir ciertas cosas antes de acabar el año. No por hipocondría, que no soy de esos. No por hacerme un Gistau, porque total, por aquí ya no se pasa casi nadie. Sino por mí, por obligarme en cierto modo a querer siempre jugar a la pelota. Y a ponerme a escribir otra vez, un poco.

Y pienso si debería teñirme las canas, para que Miguel no me vea viejo, para que me crea capaz de jugar, correr y dar patadas al balón, y llegar a su boda. Porque el cabroncete me quiere, de eso ya no hay duda, y eso sí que te cambia, vaya que si te cambia.

De la peluquería a casa, en el coche, fui oyendo a los clásicos. A mis clásicos. Por todo un poco, por los ausentes, por esos recovecos siempre se me acaba colando Luis Alberto. Así que tenía que sonar Pearl Jam

Suena Ryan y su nota a sí mismo. Hago un bosquejo de ideas en la cabeza y preveo -me digo entonces- que la catarata de «Y si» que inunda mi cabeza me hará precisar de más de «un puto folio»

-Continúa en Note to self: Don’t die (II)

+1
0
+1
0
+1
0
+1
0
+1
0

2 thoughts on “Note to self: don’t die (I)

  1. Mis padres me tuvieron con 44 años y siempre fueron «muy mayores» para mi. No sabes cómo te comprendo.

  2. Hace poco descubrí que mi hermana no recuerda que mi padre jugara con nosotros. Yo, sin embargo, le recuerdo como un padre activo y divertido. Quién sabe cuál es la verdad. En cualquier caso, tiene canas desde que tengo uso de razón, así que no creo que eso marque una diferencia 😉
    Un abrazo grande, Ru

Deja un comentario