El blues de Isla Mayen

Dice la RAE que blues es la forma musical «que se caracteriza por su ritmo lento y su tono melancólico», pero se me queda incompleto para lo que busco de entrada. Wikipedia sí que lo desarrolla más hacía mis intenciones: las canciones de blues han hablado de depresión, tristeza, amor… pero también luego se desarrolló el boogie-woogie, el rhythm and blues y por supuesto el rock’n’roll, y con ello las melancolías, sí, pero también el sexo, claro, los temores, por supuesto, las realidades denunciables, las irrealidades reales, las sustancias, la experimentación, la tristeza, la vida, la muerte, la reencarnación.

Por eso mi cabeza retituló «Estos son los cuentos de Isla Mayen» de Dani Calavera (S-Mal Poesía) como «El blues de Isla Mayen», porque este libro es la canción a párrafos de un autor poliédrico, fantabuloso, monstruítico e único.

«Filosofía de vida de quién ha mamado vida desde siempre. Verdad de la calle sin tonterías ni medias vueltas. Verdad de la auténtica», escribi de Dani Calavera hace 12 años por aquí («Le llaman Calavera«).  Recuerdo, después de aquello, verle contar en una boda pitufa que estaba escribiendo, pensando en imágenes, creando. Y llegaron los cortos, los premios, este libro. Ha recibido tropecientos reconocimientos por «Unas cuantas bestias», hace las mejores críticas de la tele y dice que va a dejar de fumar, seguramente esto último siendo mentira. De su obra escrita ha defendido que «es un conjunto de microrrelatos en verso libre y prosa divididos en siete capítulos en los que he intentado tratar temas muy universales. Los capítulos son: un ser, un pueblo, un tiempo, un Dios, un horror, un fin y un amor»  (Fuente: Cope) 

Me sumergí en Isla Mayen para descubrir el producto de un cerebro distinto. Esos zurdos de conducción (¡yo enseñé a circular a esa comadreja!) que dejan huella. Planteando de entrada el dilema de si encerrarse o abrirse: del niño que todo lo descubre y busca, del adulto que se asusta y protege. Y de la persona detrás que te susurra y aconseja (dejando ver filosofía de Torrero).

He aprendido, al leer a Dani, que la naturaleza no es sino hacer caso a la bestia que te reside. He gozado con la ensoñación de una isla mecánica, he dibujado en mi mente escaleras diseñadas para abrir la puerta, pero también peldaños tan altos que no acaba llegando nadie. He dejado que sea sólo el viento, allí arriba del todo, el que acceda a susurrar al poeta. ¿Y si la tormenta destruye la escalera, que hará el portero?.

Me he permitido elevarme allá donde la lente -en palabras- de Calavera ha puesto el zoom. El enfoque a lo micro, el desenfoque a lo macro. He sido anciana y he sido piedra, y he disfrutado y dolido con ello.

El triunfo del Calavera escritor, si juegas su juego, es la evocación. Destilar la idea del whisky, viajar en el tiempo a los bares en los que se fumaba -a veces felicidad- y se respetaban los licores, a veces venenos de efecto retardado, que diría Quique González. El libro es introducirse en el aroma de charlar con lo más profundo de uno de los mejores conversadores que conozco. No es poco. No hay metáfora (‘poco’ no me gusta, ‘poco’ es muy débil) que pueda explicarlo si logras zambullirte y dejarte

«Y que en todas esas vueltas mi piel muerda tus días», escribe Dani, y se la quiero robar porque me hace pensar en los primeros momentos de los amores que sangran, que son los que dan sentido a nuestras islas. Los amores «pese a todo», que se ve en el «apreciar la niebla que adorna tu descontento» o el rock vivido de «no hay canción en la que no te oiga respirar»

La soledad de leer un libro, no uno cualquiera, uno que precisamente pincha con su punzón la soledad, el amarla o vivirla; ambas cosas bellas, ambas cosas difíciles, ambas cosas envidiadas. Y quien sabe si el árbol o la piedra que custodian los secretos algún día fueron fabuladores o viejos errantes que ahora escuchan y en ocasiones susurran.

Para entender esto, tendréis que coger el libro. Porque Mayen también incluye (ya dije que es el autor de ‘Unas cuantas bestias») pesadillas, maldiciones  y brujas, arañas en las paredes, para huir del destino, ver los monstruos, quedarse quieto, mirar a la pared y echarle la culpa a todo el mundo, todo el mundo. Y al final, el final, todo ha sido poesía. Y a tomar vientos.

Escritura creada para su perdurabilidad, para no ser uno más de los que no dejan impronta en la roca. Para que cuando seamos calaveras la vida nos pille con el pitillo echado.

^ Instagram de Isla Mayen, donde conviven el blues y sus derivaciones

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