Al principio nos asustó. Tenía un aire a Expediente X, pero sin la osadía de Mulder ni la complicidad de Scully. Temblabas al ver a Peter y temer que en cualquier momento saltara Dawson por una ventana. Incluso esa primeriza historia de amor inmortal, algo fantasmagórica, no daba buenas vibraciones.
Pero la tele ya nos advertía desde su catódica sabiduría: había que darle una oportunidad a Abrams. Tal vez la historia de los Bishop pudiera dar el salto a algo grande. Y lo dio, no me pregunten cuando…sería a mitad de la primera temporada. Poco a poco se empezó a entrever el trasfondo. Más allá de los monstruos de cada semana habría una mitología, una conspiración como eje conductor. Y si era lo que parecía, sonaba fenomenal: una guerra, experimentos mentales, moral discutible. Aquello empezaba a pintar bien.
Un científico chiflado y perdido, que poco a poco se va encontrando y dejando interesantes perlas…ese hombre esconde algo. La rubia detective gana presencia y atractivo (sí, también morbo) a cada minuto. Joshua Jackson te empieza a convencer. Pero de repente te das cuenta de que siempre hay un calvo por ahí. Y que esos tipos de Massive Dynamic tienen pinta de ser malos, muy malos….tanto como para preguntarte qué carajos tendrá el bueno de Broyles con Nina Sharp. ¿Es que no aprendió nada este hombre en The Wire? Ya está, consumado, la serie te enganchó.
—–> Este texto forma parte de una colaboración que tenía prometida y que recayó en el universo paralAlo llamado “Aquí sólo se habla de series” <——–