2011 fue nuestro 1999. Ese año este blog tuvo miles de lectores: solo en Octubre de 2011 llegaron tantos visitantes como los que lleva esta página en todo el 2024. Era algo frenético: nueva ciudad, nuevas personas, enamoramientos fútiles, hallazgos perrunos, pensamientos rumiantes, electricidades chispeantes.
«Hubo tanto calor y electricidad la noche antes del apagón… que pudo incendiar toda la ciudad» cantaría Jorge a Escandinavia una legislatura después de aquello. Hay que ver cómo quemaba todo, la verdad, viendo la veleta quebrar en tu honor.
«Fue el estreno de un gran director», escuchaba y escribía ya en 2012, una vez habíamos ganado todo lo que empezó ahí. Pero hubo momentos, claro. En una redacción madrileña, siendo otoño del quebradizo 11, un grupo de gente estaba a punto de decir adiós a un proyecto radiofónico. Las últimas horas de radio, me contaban después, se les hacían eternas. Quien más, quien menos, se hacía la pregunta de qué sería lo último que contaría, el servicio final al fiel oyente, al que nunca ves pero de algún modo sientes. Y, en esas peripecias que a veces tiene la vida, sucedió algo que muchos esperaban: el anuncio por ETA del cese definitivo de su actividad armada. Como última noticia que dar en antena… aquello no estuvo mal.
2024, ayer. Año 13 d.Z.V (después de las zapatillas verdes)
Una llamada de teléfono, una cerveza desde un bar. «Deja al orden cósmico hacer», insistía yo. Convencido o no, que mi creencia en las cuerdas varía según por donde vayan las vibraciones. Pero lo dije, a ver si sucedía: iluso de mí o descortés incluso con la magia de los números de nuestro algoritmo fabuloso llamada vida.
El vaho
Empecé a hacerlo de chiquitillo, lo de escribir en los cristales de la ducha aprovechando la sauna en la que convierto aquello. Primero escribiendo corazones o tonterías: la MJ de la chica de la foto, la L que siempre daba el beso al macarra en el conejo de la suerte. No funcionaba nunca, tocaría perder mil veces más. Pero no iba a ser por carencia de fe, que siempre resulta molesto a las ordenes imperiales. Así que aquello continuó. Lo fui refinando: primero pedir salud, no fuese que el de arriba castigara con vehemencia lo de pedirle cosas banales. Luego lo del amor: que conteste la carta, que se conecte al messenger, que me dedique una canción, que vea lo duro que soy cuando me pido una Coronita en la barra. Con un limón. Y ay, por favor: que me haga otro llamacuelga.
Luego, con el tiempo, el trabajo. Cambiar de curro, otro jefe. Perspectivas ilusionantes. Más dinero, más tiempo. Mudarse a Cadizfornia, poder visitar el Taj Mahal.
Y empezó a suceder. Lo del amor lo tardó en entender, a razón de unas 1500 peticiones después. Así que vi que esa era la cuestión, mandar el mensaje, esperar que llegara a la central galáctica, confiar en que no se perdiera la conexión en el retorno y de repente ocurriría la conexión.
A veces hay que pedirlo por certificado urgente: «oye, o me das esto de aquí a verano, o me pongo a opositar y mando el periodismo al guano». Hemos cobrado siempre tan poco que la amenaza resultaba creíble. Y, cuando llegaba ya la zona cesarini, de repente eso de la vida te devolvía contestación. A veces te mandaba a Zaragoza, otras te rompía una pierna o te pinchaba una rueda, pero en todo caso te metía el cliffhanger antes de la nueva temporada.
La pisada buscando nuevas huellas
«Ay, mi M…». «Hay que celebrarlo todooo!» «… que ya no somos unos chicuelos inocentes». «Salud». «Una historia feliz»
Donde hay croquetas hay alegría, contestaba yo entonces a su reacción al mensaje en el que hablaba de nuevos caminos e ilusiones. El final de la prota de esta historia aún no se había escrito.
Llegó la noche. Se habían otorgado los Cossío y ahí estaba Helena entre los premiados. «Suena a que puede haber #Farito también», le escribí. Pocos días antes nos habíamos visto en Ávila.
Ay, maldita profesión, pensé. Lo que nos cuesta dejarla, lo dañada que está, los pequeños milagros que a veces procura. Lo que nos da y lo que nos quita. En cuanto a las personas también, por supuesto.
Siendo jueves ya me encaminaba al colegio a recoger renacuajos. Abrí X, el reino de Musk. Y entonces lo vi: la última noticia de la chica de las zapatillas verdes se estaba haciendo viral. Miles y miles de visitas.
Qué vida tan boluda y gallarda, vive Dios (aquel que sea que atiende la línea)