C.R.Y. me hace hacer ejercicio, posturas inverosímiles, pone a prueba mis capacidades.
C.R.Y. este año dijo que venía para quedarse.
Vislumbro a C.R.Y. al hacer la curva en mi bajada al subsuelo. Pero ya le temo en lo que se abren las puertas. Ya intuyo que estará ahí, esperando para obligarme a maniobrar.
Imagino a C.R.Y. en las subidas y bajadas del elevador. Mi espalda siente el temor, mis tobillos deshielan viejos calambres, los tendones rugen, los ligamentos crujen. No, no quieren tener que volver a entrar como si fueran el copiloto, buscando sitio entre las marchas, los botones, los asientos y cinturones. No, no quieren.
Y ahí está C.R.Y.
También este Septiembre, como lo estuvo en Junio, después en Julio y todo Agosto.
Esta vez no se hizo kilómetros. Esta vez decidió ocupar su plaza, perfectamente ubicado entre el centro y las columnas, los espejos abiertos, sempiterna contienda.
Esos faros parecen reirse. Parecen intuir que, antes o después, el vecino rascará sus laterales. El desafío perenne. El llanto que se intuye.
Tres letras. Una matrícula hecha adrede. Coche ríe, yugular. Y eso sienta, regular.
Bajo la música. No, hoy no te daré la satisfacción, inglorious bastard.