Verano 23 (X: El abuelo José María)

«Mientras, en la estación espacial internacional»…

La profe del crío mayor ha vuelto al barrio. Es frecuente que nos la encontremos (vivimos cerca, mismo supermercado de referencia, terrazas cuando hay sol y tiempo) y llevaba fuera -sospechamos- desde la época de lluvias aquella que dio inicio al verano. La adoramos, digo antes de proseguir, es una suerte tenerla en el «equipo». Pero no estaba por ninguna parte. Me gustaba imaginármela en un templo shaolin, cual Beatrix preparando el nuevo curso. O con Sheldon y Leonard en un iglú en el Polo. O, como digo al inicio de la entrada… dando vueltas alrededor del planeta pero lejos del planeta, de los niños, de los padres de los niños, de las jefas de estudio y los campamentos y excursiones.

Así que si hemos sobrevivido al verano, es decir… a la estación del año en la que no contamos con Lady Kiddo, ha sido gracias al abuelo José María.

Es nuestro ángel de la guardia particular. El encargado de que no se nos desgracien los críos. Yo no le conocí en vida, llegué hasta su nieta años después, pero cuentan de José María que era un buen tipo, miedoso, torpón… en el sentido más cálido de todos esos términos. Le tenía respeto a la inmensa  colección de peligros que pudiesen acechar a sus descendientes: caídas, golpes, eventualidades. Y esa genética se ha transmitido hacia abajo.

Sabemos que está por ahí, cuidando de M. y L. Especialmente cuando se juntan con sus primos M&M, ya que -como dice mi suegro- ni 1+1 son 2 ni 2+2 son 4, en términos de cuidado de pequeños salvajes.

Vigilador de esquinas, protector de tobillos, espantador de avispas, comisario de MotoGP… tenemos a José María sobrexplotado.

Es imposible parar todo, claro. Especialmente cuando se combinan y cada uno va a una esquina o cogen bicis distintas o juegan a pressing catch (ellos no lo llaman así, creo que lo denominan «abrazar»). Y entonces es cuando surge la herida, pupa, moratón, brecha, punto de aproximación. Pero no hay reproches: sabemos que de cada 100 contusiones posibles evita al menos 95. Simplemente tiene el peor (y mejor) trabajo angelical del mundo: ser un miedoso cuidador de bisnietos.

«Buen trabajo, José María» se ha convertido, por tanto, en una de las frases del verano. Ahora que duermen, pero es cuestión de segundos que despierten, hago un último vistazo alrededor. Sé que ya está por aquí haciendo el primer informe preliminar: mesas sin protectores en las esquinas, estanterías con libros de los que tirar, alfombras traicioneras, suelo resbaladizo, cubertería variada. Pronto comenzará otra nueva batalla. Recuerdo la peli «Del Revés» y me le imagino echando un vistazo rápido a estas líneas antes de iniciar «su jornada»

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