Instinto y verdad, la gran belleza

La calma en el momento más urgente…

Esta vez no puedo cumplir la liturgia habitual de meterme en un tren o pasear el disco en un coche recorriendo La Moraña. Ya… ni tengo casa en Ávila.

Cuando sale un trabajo de Marazu me pregunto si la reseña, la vivencia, estará a la altura. Maldigo definitivamente la estampa de este noviembre gris cuando abro el portal con el codo, ridículamente.

«De entrada me falla la épica», refunfuño contrariado interiormente.

No he querido oír nada antes de que me llegara el disco. Sí he leído entre tuits (ya es imposible sustraerse del todo de nada) que hay un cambio, una evolución, un riesgo.

«Punta Umbría», se titula el arranque. Ahí querría estar yo, pienso en lo que me pongo la capucha y tiro del perro, que no quiere salir al chaparrón.

Llueve a jarras en Valladolid.

Ajeno a ello, Jorge clama, con un comienzo contundente, que trae algo nuevo.  Empiezo a caminar en lo que crece la atmósfera de inicio, tan diferente -en efecto- a lo hecho los últimos años.

Veníamos de la luz de lumínica, y desde entonces todo habrá cambiado. Para todos en general y para cada uno en su situación particular.  La esencia seguirá siendo la misma, pero las circunstancias habrán metido los grises.

Ajusto los auriculares, me seco unas gotas de la cara. Levanto la vista, busco símbolos y guiños entre las gotas y baldosas. Me lanzo a intentar adivinar el transfondo entre las letras de Jorge cuando arranca «Instinto» sonándome de inicio a Coldplay…

«Habrá quien te resguarde de todas las tormentas», profetiza el cantante en el inicio de «Canción para Alma», su sobrina.  Para entonces ya he entendido que la sabia vida ha vuelto a encontrar el marco adecuado. Era necesaria la lluvia, la poca gente, la calle quedándose por momentos respetuosa, en silencio.

Dejando hacer a la nana.

¿Qué es la gran belleza? Cada uno encontrará su respuesta. Instinto y verdad, esa es en mi opinión la belleza de lo de Marazu. Cantar y contar la realidad, con sus aristas y sus vectores. Con sus líneas de nazca y sus valientes desperaux, con el desafío a los giros de la veleta, las medias vueltas y sus recuerdos crónicos. Su afinidad que te suene tan cercana y tan real.

Y que esa realidad a veces es una copla y otra un guitarrazo. Y un día vas y ríes y  otro vas y lloras, y la más de las veces…  «será un día de mierda» y no será preciso buscarle a eso un sinónimo.

«Sé fiel a tu verdad y espera tu momento, atento a la señal». Es algo que podría cantarle a mi hijo y a su sonrisa, lo mejor de 2020, esa que sabes que algún hijoputa borrará.

Canción con alma la canción para Alma

Marazu es la historia de un continuo crecimiento. Esta página es testigo puntual de un recorrido de exigencia, de «una de cal y una de redención» que dirá luego el disco. Esperanza y frío. Enredaderas, tropiezos  y trapecios.

«Me mostré capaz de acariciar la herida»

A mitad de disco no puedo evitar recordar a David. Coger el coche, plantarnos en Segovia. «La tripulación de mi convoy está perdida en el desierto»

Guiño el ojo a las estrellas de los que nos dejaron y siento el escalofrío de la vieja kryptonita

"Abrázame y cura este vértigo que nace a la sombra del diluvio universal"

Hay que estar especialmente cuerdo para, en estos tiempos, sacar un disco y llamarlo «La Gran Belleza» mientras el mundo está perdiendo la razón.

Dejarse aflorar por los profetas en tierra que nos traía Marazu en nuestra añorada sección conjunta en las ondas (tendré que irla recobrando por aquí).

Alumbrarse en los que crean.  En los soñadores. ¿Cómo si no descifrar lo que hay más allá de cada mascarilla, de las impaciencias, la falta de fe y su necesario contrario la esperanza?

Ahora que todos tenemos el peligro (y el alivio) de la lágrima fácil es buen momento para dejarse aflorar. Para sentir calor.

Por eso, creo, me gusta especialmente «Abrázame».

Calado hasta los huesos acabo la primera escucha, recopilo ideas bajo la ducha. Me encierro en casa, como casi todos, a pasar otra noche atenazada de colores.

Huyo del telediario y su apocalipsis continuo y busco las entrevistas que había estado intentando evitar para llegar limpio a la primera escucha. 

«Es verdad que ha habido un momento en el que eso que se llama inspiración, que en realidad yo considero que es un estado anímico, se perdió, porque no vives cosas. Y al no vivir cosas, es muy difícil tener algo que contar» le cuenta Jorge a Chema en una magnífica charla en «Music and Rock».

«La Gran Belleza» (su disco definitivo dicen en esta otra magnífica reseña) es el resultado del reposo, de la pausa, de dejar atrás lo frenético. El éxito de saber encontrarse y mostrarlo. 

Cojo el cd para llevármelo al coche y de nuevo la lluvia, que quiere meterle noviembre a cada escucha, sale a acompañarme en el trayecto.

Vanesa Martín se suma al delorean de inicio de todo esto, en lo que nos tiene de común, de cuando un chico joven trajo su «Miedo» a la radio, con una guitarra y una voz entrecortada por emoción y duelo.

Cojo el volante y veo que a las letras, de tanta agua, le han salido cicatrices, dándole -quizás- el guiño definitivo a lo que luego sería esta crónica.

Dejando al instinto regalar verdad, la gran belleza.

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