El ascensor

Todos son autómatas de un engranaje que nunca cambia.

Y ninguno lo sabe salvo yo, me miento. Miento porque soy también parte del engranaje que cada día hace sonar el mismo motor. Soy otro más de esos sujetos inanimados que suben y bajan  las escaleras mecánicas, mirando a ninguna parte o intentando imaginar conversaciones de las cafeterías del centro comercial. Las caras cambian pero el show es el mismo: alguna risa impostada, actuaciones sociales de quinceañeras, el mirón, el aturdido, el enamorado. Y ese que baja las escaleras mirando al infinito e imaginando todo el cuadro. Soy yo, triste analista de la compleja nadería del centro comercial. Con todo siempre tan distinto pero siempre tan igual, tan lleno de almas y tan carente de vida.

He decidido cambiar mi actuación. Hoy no cogeré las escaleras, hoy cogeré el ascensor. Siempre me ha resultado curioso pensar quiénes son los que en vez de subir por las escaleras – ñiiij, ñiiij, cuidado con el pie al terminar – prefieren el ascensor, que si se rompe el cable  se meten un tortazo. Y es más lento. Y tienes que fingir que te interesa algo para no hablar con el vecino de compartimento. Me hago el perdido hasta comprobar que nadie va a subirse conmigo. Llamo al botón y espero. Entro. Las puertas comienza  a cerrarse dejando entrever una cristalera . Más irritante aún, otro cara más que evitar, la tuya en el reflejo.  El del espejo no soy yo. Hago un escorzo en torno a mi cintura, asustado. El ascensor no se mueve mientras palpo enloquecido los cristales, comprendiendo poco a poco que es un complejo juego de espejos. Pero, si el de la imagen no soy yo… ¿quién es él? ¿y donde está? ¿Y por qué no estoy yo en el reflejo?

Definitivamente esto no es un ascensor sino una guerra psicológica.

Estoy atrapado y no hago más que sudar. Me agacho y alguna rendija hace click. La cara del espejo se desvanece con una sonrisa. Ahí hay una pequeña galería intrincada, palpo con las manos. Aparto un poco de tierrecilla, y, en un impulso inconsciente, meto primero la cabeza y luego lo demás. No, no sé como cupe por ahí, pero lo hice. Cualquier cosa mejor que enfrentarme a esos horribles espejos. No hay nadie que me vaya a ayudar, no grito ni lo intento. Repto y repto y vuelvo a aparecer al centro comercial. Un ascensor está enfrente y mil enfermeras salen corriendo hacia él. O de él. Todo es confuso. Se abre la puerta y esta vez no hay espejos. Un sonido acompaña la aparición de un pequeño sarcófago. Todo son gritos donde antes hubo autómatas. Nadie sabe donde va pero todos se van lo más lejos posible del elevador. Todos menos yo.

Vuelvo a estar enfrente del aparato. Veo el sarcófago y un mecanismo. Pruebo una combinación al azar. Las puertas  me encierran. El dispositivo se vuelve loco, se acelera y baja hasta un piso imposible de existir. Me tapo como una tortuga al ver llegar el cero, previendo un golpe y un estruendo, pero el aparato ha seguido ganando velocidad. Marca -37 cuando frena en seco, propinándome un buen trastazo en la cabeza.

Y de repente una luz, una explosión. Cierro los ojos, me palpo, me estreso aunque no siento nada extraño. Vuelvo en mí y todo empieza de nuevo. Un ascensor, una luz. Mil autómatas y ni un solo alma. Un centro comercial en el que nadie se mira. Todos salen del ascensor, menos uno que se queda dentro y evita mirar los reflejos del cristal…

+1
0
+1
0
+1
0
+1
0
+1
0

2 thoughts on “El ascensor

  1. Wow… Un relato increible, Rubén. Ya me has dejado la cabeza dando vueltas sobre esto para todo el día. Bravo!!

  2. Gracias Paula. Me propuse pasar a letras – con los necesarios cambios – los sueños raros que fuera teniendo. Saldrá algún texto “raruno” más este año. Al menos dos o tres más.

    En este caso, lo de soñar con ascensores me es bastante común. Me quedé encerrado de pequeñito en uno, y se ve que mi subconsciente no olvida el tema. Me mete en jaleos de esos a menudo en las fases Rem.

    ¡Gracias por tu lectura siempre y tus comentarios!

Deja un comentario