Para esta bitácora es un honor volver a ceder este espacio a una de las plumateclas que más me ha emocionado desde hace años con sus historias. Se trata de la segoviana Ana Vázquez que late así…
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Resulta que la vida, de repente, se inventa una casualidad. Que se inventa una casualidad con la que ni siquiera el pasado contaba. Con la que ni siquiera el presente soñaba. Resulta que la vida, de repente, se vuelve puro teatro y se convierte en una obra de arte, en un círculo redondo. Trazado sin compás; aunque por momentos se encuentre bailando con ella en un ritmo tan acelerado que parezca un doce por ocho.
Resulta que la vida un día decide que dará la razón a quien dice de ella que es titiritera y maneja a cada cual a su antojo. Y le busca un diagnóstico a Hamlet. Y se inventa un nuevo ser o no ser. Y coloca a dos personas (des)conocidas junto a la estatua de Machado. Y el poeta les susurra al oído uno de sus poemas sin que ellas, en realidad, le escuchen: “Cuando nos vimos por primera vez, no hicimos sino recordarnos. Aunque te parezca absurdo, yo he llorado cuando tuve conciencia de mi amor hacia ti, por no haberte querido toda la vida.”. Y se marcha. Y la vida deja a las dos hablando de la vida misma, sin advertirles de que está a punto de cortarles los hilos con los que las maneja. De que está a punto de cerrarse la boca por la que ambas hablan. De que ha decidido dejar de ser ventrílocua y darles vida; permitir que sean los sentimientos quienes hablen. Quienes respiren. Quienes se necesiten. Quienes se esperen. Quienes se busquen. Y se encuentren, esta vez, sí, por sus propias ganas.
«Que el mundo se detenga. No hay necesidad de saber explicarlo»
Resulta que la vida, de repente, se inventa así una casualidad a la que ponerle de nombre destino. Aunque yo siga insistiendo en llamarle suerte. Mi suerte. Tú. Y te lo digo. Y te lo repito.