Todo lo que tiene

Mi amigo Mo tiene, desde ayer, una criatura más en casa. Lo habitual, le escribía tras el alumbramiento, es que los padres digamos que tener el segundo te cambia la vida y que es un desastre de horas y complicaciones. Y es cierto, pero no es la única verdad. Porque, para ellos y por ellos, también para nosotros y pese a los desvelos, lo mejor que hicimos fue ampliar ecos y lazos, decorar otra habitación.

Que traiga mucha felicidad, concluí. Y pensé en la última vez que nos vimos, ahora que -precisamente por las nuevas obligaciones de estos años- apenas nos vemos… dos personas que vivían pared con pared. La química seguia ahí y nos bajamos en 4 horas las cervezas que no nos habiamos tomado en 4 años. Todo cambia, parece plausible que ahora nos veamos aún menos (o no, nunca se sabe), pero merecerá la pena.

Oiga usted, ¿pero no iba a haber aquí una reseña del nuevo disco de Marazu? Si, también. Pero es que todo tiene sentido…

Hablemos de «La Casa».

Otros discos suyos los he disfrutado en carretera, en un coche y con kilómetros de Castilla por delante. O en un tren, de esos que atraviesan mares de trigo. Pero esta vez me reservo el hogar, una vez se van los niños, cuando el ruido de repente desaparece… cuando todo aún está lleno aunque todo se ha quedado vacío.

A Marazu también hace que no le veo demasiado. En persona, quiero decir, con un café, una charla. Devoro actuaciones por Youtube,  pero añoro meter el olfato en el Jorge real, ese que tanto se transluce a través de sus discos, tan íntimos, tan reales. Tan apetecibles, por tanto.

Y tan maduros. Hace dos años escribía por aquí de su Goya y su Bankinter (dicho así parece un poderoso caballero). Luego vino todo lo de «La Bien Cantá»  donde muchos descubrieron a ese tipo morañego con apellido de dulzaina. El día de la final (¡está pendiente poder verte en «La Revuelta»!) un amigo o familiar se marcó un discurso impecable pidiendo el voto, reivindicando la música nuestra, las influencias de aquí, el sentimiento de la música tradicional de nuestros paisajes, nuestras raíces, estas tierras en las que las sombras del ciprés son alargadas y te versionan las coplas.

«Agua de la corriente, grito del corazón, déjame pensar en mí, salir de aquí, volar sereno»

Regar la flor, buscar color. Así empieza su nuevo trayecto, que suena a Jorge y su entramado emocional y musical, todo lo que tiene, «lo mejor y lo peor». El tiempo que se fue y la manera de vivir con sus nuevos traqueteos. 

«Lo que no te sé decir» invoca el ritmo lento en tiempos de clicks y scrolls, los mares en calma «por si traes las olas».

De lugar en lugar (título de la tercera canción) se convierte en una pequeña maravilla que invoca a Camarón y a coger las maletas, viajar y mantener el hogar. Nos regala ahí Jorge una de las perlas del album:

«Qué mágico es andar sabiendo que tu luz no deja nunca de alumbrar»

«La necesidad» me suena a música de película de cine mudo de transacciones hogareñas (hasta me imagino a Goya pintando un lienzo mientras escucha la canción).

Y ahí, en la mitad, llega el golpe al riñón que siempre reserva Jorge, en su versión boxeadora, para dejarte el cuerpo metido en mil escalofríos.

«La Casa», en mitad del disco, es el ancla. El centro.

«No ha sido la primera vez que siento que me miras y te quedas callada»

«La niña ya se ha hecho mayor, y brilla como un haz de luz, tiene tu mirada»

«No hay día que no estés aquí, aún sigue estando tu bastón donde lo dejabas»

Es un temón. Tuve que parar aquí la escucha, porque me acordé de esa «Audrey» que trajo un día a la radio, una canción desnuda, imperfecta. Unos acordes y mucho sentimiento: tiempos de Miedo. Uno de esos audios que tengo guardado desde siempre, sabiendo que era pequeña historia y gran verdad.

«A menudo vuelvo, a menudo vuelvo… 

Y ahí está el escalofrío que siempre te acaba trayendo un disco de Marazu.

Uno de esos momentos que te deja tocado hasta el último engranaje…

… a la casa, a tu casa»

Tras «La Casa» nos narra «El Éxito» (como dije arriba, todo tiene sentido) que habla de pegar pedazos para seguir el camino 

En la era del featuring, las bases repetitivas y los éxitos recauchutados, una persona trae aquí marca propia, su voz, un estilo. Con estilo. Esa es «La Casa», una recopilación de canciones de 4, 5, 6 minutos… que en estos tiempos voladores definitivamente no quitarán a Quevedo su número 1 perenne… y es bueno que sea así. 

«Es fácil perderse en el ruido de la gran ciudad (pero no han acabado conmigo)» 

«Lo que espero, lo que quiero, es mirarme al espejo y no verme frente a un enemigo»

«Crufj, klamp» añadiría yo, llevándolo a mi huella pisada. Supongo, ya sé, que será una de mis nuevas canciones preferidas. Porque reencontré la música en mis pasos cuando abracé «La Casa», la mía particular. Hacerte un techo, tener un perro, la aventura de los críos y el inicio del legado. Y de eso va este viaje con Jorge, de cantarle a esas inercias imparables que hacen que uno acabe volviendo al hogar, donde debe estar (mejor aún cuando el hogar es la maleta de llevar tu gravedad controlada)

«Fracaso en San Remo» nos recuerda que solo existe el fracaso si no se vuelve a intentar. «Bendita» (tú entre todas las demas) nos lleva hasta el final «Bajo el naranjo en flor» que mi reproductor decide, seguidamente, unir a «Luz» de Lumínica, dándole a todo un bonito sentido circular. 

Luz, la del hogar. Lumínica, la necesidad de encontrar el camino entre las tinieblas. «Echo de menos al chaval que fui, bajo el naranjo en flor», nos canta Chila casi al final. Y uso el viejo apelativo porque ese guardameta se quitaría el sombrero de Benji Price al ver hasta donde han llegado estos pasos.

Este fin de semana «La casa» juega en casa, en Ávila, en lo que será un nuevo lleno en el Lienzo Norte. Marazu abrirá las puertas de su hogar, el musical, en el que tanto hay de sus cimientos, su gente, la herencia de sus padres y todo lo que tienen, su bagaje y la vida por venir.

Salud y suerte, amigo. Lo has vuelto a hacer.

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