De política: Yellow day (IV)

Resulta que hoy es Yellow Day, uno de esos inventos de los Don Draper de guardia para vender medias. O, según cuentan, «el efecto psicológico que provoca en cada individuo la llegada del verano (…) la luz activa la serotonina, conocida como la hormona de la felicidad«. A mí me ha puesto feliz ver que la tormenta paraba justo antes de sacar a los niños al cole, pero que las nubes aún tapaban al sol y mis vitiligos quedaban así tranquilos. Cada uno encuentra la felicidad en las pequeñas cosas de cada uno. Luego Twitter me contaba que es el cumple de Caroline Weir, y eso sí, eso sí le hace a uno feliz.  

Y me ha venido bien como introducción, porque tenía pensado pasar hoy por aquí para dejar unas líneas sobre que lo más importante en la política, como en todo, son las personas. Las relaciones entre las mismas, la empatía y también el cálculo, que hay de todo, hay de todo.

Y que, a veces, las cosas acaban pasando de un modo y no de otro por circunstancias personales menores: por un amor secreto, una discusión, un corazón roto o uno por relanzar. Y no solo por amor, sexo o amistad, también a causa de las pequeñas cosas. Instantes no previstos como un pájaro que visita tu camisa o un charco que aparece bajo tu pie.

Estos días se cumplen aniversarios: entran nuevas corporaciones, se van otras, hay generales en el horizonte. Y me dio por recordar un momento, del que daré pocas pistas pero que sucedió tal que así:

La cosa estaba a punto de romperse (siempre está a punto de romperse algo, pero la cosa era una big thing). Tuve que salir corriendo, calle importante abajo, a encontrar al jefe. A uno de los que mandaban. Una de mis cualidades (dicen y me gusta que así sea dicho) es saber escuchar, que simplemente el escuchar sin cizañear a veces es suficiente. Ojo, según los casos y las personas, que para unas necesitas cadmio y para otras plutonio

En la película 13 días, y es una pena que no vea el corte por Youtube, hay un momento en el que Kevin Costner, en plena embajada rusa quemando documentos como si no fuese a ver un mañana (y de eso se trataba, de que a lo mejor no lo había), se pone a silbar. Consciente, sabedor, de que algo así, tan nímio pero tan humano, rompía barreras o miedos. O, al menos, cambiaba el lúgubre aspecto de las cosas, un poquito, un poquito. Que, a veces, hay que hacer ver que no hubo disparos al avión, sino patos. Patos sin importancia, volando en un momento inoportuno. Vean la película. Aquí dejo un instante de la misma y sigo.

Vuelvo al cadmio. Esta vez no era suficiente. Éramos tres allí, en persona y con un café (tampoco era lo mismo, en esa situación, pedir un café que una cerveza o un vino). Pero en la pantalla había más gente, más mensajes entrando a toda velocidad, más reacciones, sonido de tambores, llamadas a la guerra. No había tiempo de llamar al estado mayor o de mudarse al búnker. Deflagración inminente.

Y entonces apareció ese tipo peculiar. Todavía no le conocía mucho, y ahora que han pasado unos años y le conozco más (y es tanto como decir apenas nada, porque es inescrutable) he de confesar aquí que será la inspiración de algún personaje de mi siguiente novela, la que sea.

Clutch time. Como es de esas personas extrañas, raras, extravagantes, impenetrables… sucedió. Apareció con sus 45 pulsaciones al minuto y su mirada perdida en alguna dimensión paralela. Se sentó y provocó un efecto inesperado. Persona de pocas palabras, muchas veces metafóricas, detuvo el tiempo. No recuerdo qué dijo, y seguramente no fue tanto el contenido sino la forma. El hacer pensar en esa posibilidad en la que nadie estaba pensando, ese out of the box o esa calma del tipo que habría estado paseando tranquilamente al sol aquella mañana mientras lo frenético inundaba a todos los demás. Y lleno de serotonina, en pleno yellow day de su espléndido verano, apareció en el momento justo en el lugar adecuado. Y lo cambió todo. 

Y por eso todo sucedió como sucedió y no de cualquier otra forma. 

«No entiendo cómo no eres el portavoz de una gran empresa, tío», me decía la última vez que nos vimos. Había vuelto a aparecer de forma inesperada, a medianoche esta vez, a compartir unas copas. Me acordaba de ello ayer cuando otro miembro de la cuadrilla me decía que podía acabar (él) siendo consultor de una empresa. Lo que le había dicho su interlocutor era que «lo que necesito de ti es que me digas qué es lo que va a hacer el político cuando le presente lo nuestro, cómo va a reaccionar, qué puede desencadenarse». Un poco, pensé, a lo Jaime Deza en «Tu rostro mañana». Prever lo imposible pero analizar lo previsible, conocer el espíritu humano y jugar al ajedrez con ello, a varias jugadas vista.

Yo es que cada vez sé menos, pero tal vez más que antes. Porque pienso, ahora que todo es IA y lo humano cede  terreno y todo a medio plazo cambiará, que a lo mejor si encuentro un sitio en el que seguir siendo útil cuando ya esté en los 40 y con 2 hijos (como ahora, pero con dos meses más) sea en eso de analizar el espíritu humano, el cadmio y el plutonio, las manipulaciones y los apegos, las devociones, la camaradería, la lealtad y el engaño.

Si no, al menos, prometo intentar escribir una buena novela.

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