Donuts para desayunar

Ayer despidieron a una de las mejores periodistas que conozco. Sin paños calientes, sin esforzarse siquiera en inventar vacuas justificaciones le dijeron que recogiera sus cosas y no volviera mañana. Se acababa una historia de compromiso que empezó hace cuatro años, cobrando 800 euros y trabajando todos los fines de semana.  Su labor sobresaliente, sus desvelos, las noches llegando tarde a casa, su actitud, su compañerismo, su nervio, su talento e incluso los premios no han podido contrarrestar ‘el roto’ que le hacía su exigua nómina a los números de la empresa. Ella no tenía padrinos, sólo la inmensa calidad de su trabajo le cubría las espaldas.

A mi chica la pone en la calle un medio que el pasado mes batía su récord de audiencia, pero que en poco más de un año ha prescindido del trabajo de más de medio centenar de profesionales. Todos soldados rasos, ninguno de los caídos entre la pléyade de altos mandos. Me imagino al que ha orquestado la maniobra encerrado en su despacho planeando qué hará este fin de semana.

Allí entre fotos estrujando la mano del político de turno, cajas de habanos a medio masticar, distinciones y galardones cincelados a su nombre pero cosechados por los trabajadores y americanas de marcas obscenamente caras pensará a quién le empaqueta los niños para ir a echarse unos hoyos si el tiempo acompaña. (Perdonen que no sea demasiado original, pero qué demonios, ellos tampoco lo son)

Nosotros también teníamos nuestros planes. Nada ostentoso. Hoy pensábamos desayunar e ir juntos a trabajar como cada mañana. Ayer guardamos unos donuts para poder cubrir el trayecto por el bus VAO escuchando y criticando algún programa de radio con sabor a chocolate en la boca, anticipando el fin de semana.

Hoy yo he salido hacia el trabajo en autobús y ella se ha ido a recoger un puñado de papeles que oficializan una injusticia. Una injusticia que también se ha cebado con uno de mis mejores amigos, que ya se ha llevado por delante a muchos conocidos y que planea sobre la cabeza de la mayoría de profesionales con los que he compartido los frutos dulces y las almendras amargas que nos regala esta puñetera profesión que a pesar de todo nos engancha.

Tres años atrás se anunció una concentración por la dignidad del periodismo cuando apenas empezaban a rodar las primeras cabezas. Creo que junto a la estación de metro de Rubén Darío nos reunimos medio centenar de personas. Este jueves la APM transformaba en cifras el holocausto del que es presa la profesión. Nos pase lo que nos pase en este oficio de vanidosos y ególatras seguimos sin ser capaces de plantar cara de forma unitaria; nuestra labor reivindicativa se limita a pequeñas escaramuzas y a observar como cada uno hace la guerra por su cuenta. A nuestros jefes en este teatro de operaciones no se les espera.

Hoy una de las mejores periodistas que conozco no podrá dedicarse a informar, al contrario, tendrá que informarse sobre cómo pelearle a su ex empresa los euros que le corresponden por su despido.

Y a pesar de todo sé que ella pronto estará de nuevo agarrada a un micro, sintiendo el subidón del directo cuando te dan paso en pantalla, refunfuñando porque una cobertura a las tantas nos ha arruinado nuestra cena, peleándose con el jefe que no es capaz de darle el enfoque correcto a una noticia o derrochando ganas y reciclándose en cualquier palo periodístico para sostener la vida que soñamos para mañana.

Los planes del preboste de turno no se alteran por echar a 20 personas, pero nosotros desayunaremos donuts este fin de semana.

Escrito por Deivid. Para todos los compañeros despedidos. Y para mi un poquito también, si me lo permitís.

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