Enfangados
15/04/2011
Será la hora de ponerle letras a los puntos suspensivos, será que siempre me gustó bailar sobre los charcos o tal vez será que no supiste parar de ser encantadora para este botas sin gato.
Yo te decía que no me gustaba pensar en el verano porque tus gafas de sol ocultarían esos ojos de color miel. Pero entonces llegó la primavera, se adelantó y tu coche se fue llenando de margaritas.
“Quédate por ahí cuando llegues. Me escapo a mediodía, te cojo y nos vamos un mes al Lago de Sanabria a contar búhos y maullar estrellas. ¡Sueña!”
It’s true I am kind of retarded…
“Un metro. Cien centímetros (…) A simple vista, un metro es una miseria, una barrera extremadamente fácil de franquear, una distancia minúscula que recorrer, apenas un paso o el esfuerzo similar a arquear el cuerpo para asir con el brazo algo alejado apenas cien centímetros de nosotros. Cualquiera puede lanzar una piedra más allá de un metro, y por fortuna, casi todos somos capaces de ver más allá de un metro de distancia. Un metro, cien centímetros…
Pero cuando la distancia de un metro se abre entre dos personas se convierte en ocasiones en una barrera infranqueable, una fosa abisal de imposible fondo y atrayente oscuridad. A veces, no hay nada tan difícil como romper el último metro. Y en ocasiones es así porque uno de los dos extremos del metro no quiere, o porque ambos no quieren, o porque ambos dudan, o por miedo, o por falta de curiosidad. Mil razones frente a cien centímetros»
Nos encontrábamos por cada rincón y empezamos a hablarnos demasiado. Vibrábamos en una armonía similar y el efecto mariposa –exista aquello o no– ejecutaba sinfonía de conspiración. Sonrisas, gestos, bromas… nada demasiado romanticón ni pasteloso, pero lo suficiente para mantenerme en guardia y bajo un estado permanente de nervios. Todavía no era amor sino un cosquilleo interesante. Un hormigueo anhelado y ya casi olvidado. La sentencia estaba firmada: te convertiste sin frenos en la protagonista de todas mis canciones. Riesgo… de altura
“Llega un momento en que la frontera se estabiliza, se crean líneas sagradas delimitando el metro de nadie, el territorio muerto que separa dos sistemas complejos que avanzan en paralelo. Que avanzan en paralelo, pero que, por misterios físicos, en ocasiones parecen acercarse y tontear con el miedo. A veces, los cien centímetros se reducen a cincuenta, y cuando la colisión parece evidente, el metro se reconstruye cuando una de las fronteras da un paso atrás. En otras ocasiones, la zona de nadie se ensancha, dos metros, quizá tres, y entonces una de las fronteras se obliga a avanzar para recuperar ese metro perdido, buscando de nuevo el avanzar paralelo y rectilíneo. (…) A veces tantea, da un paso atravesando la frontera. Pero no una gran zancada, no, un pasito que le deja a 40 centímetros de la barrera. A veces, las más, el otro cuerpo cede 60 centímetros para devolver la integridad a los cien centímetros mágicos. Otras veces, pocas, accede a mantener la nueva distancia, pero sigue caminando en paralelo. Otras, las menos, decide dar el paso hacia delante que supone romper los cien centímetros, y crear un nuevo espacio de 2 metros cuadrados en los que avanzar ambos, durante un rato, dure más o menos, o durante una vida, dure más, o menos.”
El perfecto cluedo que nunca deja ver el asesino. Con historias entre bambalinas que seguro no me puedo ni imaginar. Sobreviviendo a base de centrocampismo contra tu perfecto catenaccio. Encontrando tu reacción sólo bajo la amenaza de dejar la jugada por imposible. Se abre entonces la puerta un poco pero el remate marcha hacia el anfiteatro sin remedio.
[Y rebañarte bien los huesos
como un gatito feliz
gatito contento… ]
“En ocasiones, un cuerpo rompe la barrera de los cien centímetros y el otro, momentáneamente, decide romper su sagrado límite y cruzarse violentamente con el otro cuerpo para luego volver a separarse y seguir caminando a cien centímetros. En estas ocasiones, es posible que uno de los cuerpos siempre anhele romper la barrera y volver a esos diez centímetros en los que podía oler la piel al otro cuerpo, o a esos 5 centímetros en los que podía vagabundear en sus ojos, o a esas micras en las que podía sentir su piel y sus labios. Quizá nunca ha llegado tan lejos, pero ninguna ley prohibe a los sueños volar más allá de los cien centímetros.”
Desechando mis cervezas y yo con estas pintas. Aturdido y abrumado por la duda de los celos se ve triste en la cantina a un bohemio ya sin fe…
Pero luego resucito de la dulce condena [el optimismo y el pesimismo también es cuestión de micras] y estupefacientemente marcho a recitar que…
“Yo soy un chaval…y tú eres peligrosa. Aquí lo normal es que pasen cosas…”
“Normalmente el que anhela romper la frontera vive carcomido por asaltar la trinchera…pero también tiene miedo de que acabar con los cien centímetros no suponga acercarse sino alejarse para siempre a dos, tres, o cuatro mil centímetros, y a eso no suele estar dispuesto. Y, en muchas ocasiones, esto supone que la frontera permanece estable hasta que de manera invisible los cien centímetros se convierte en ciento uno, luego en ciento dos, y luego en ciento tres. A veces una separación paulatina es el resultado del conformismo de los cien centímetros, aunque en otras ocasiones, tratar de franquear los cien centímetros es precisamente la forma más rápida de alejarse. No es fácil mantener las distancias.”
Será que esta guerra de mañanas requiere de unas buenas batallas sin luz.
Será que no es fácil vivir a un metro, cien centímetros.
[Este texto plagia intertextualiza (con permiso) párrafos de una vieja historia de mi aliado vital Prisciliano. Gracias por la licencia para perpetrar, jefe]
Ya me contarás como avanza el frente. Ya sabes, si viene la caballería, clava las picas y que la Tetera elija a los suyos.
No es fácil, no… y lo peor es que avanzar y retroceder para volver a avanzar (o a retroceder, según se mire) acaba convirtiéndose en una especie de droga… mono incluído cuando la distancia se alarga por circunstancia X…
Aplauso para ti, y dos para prisciliano.
La hora de los valientes.