…o «Abrazos de desconocidos y otras pequeñas catástrofes cotidianas»
Tengo una teoría sobre los abrazos de desconocidos: duran exactamente 2,4 segundos más de lo soportable. Hoy, mientras esperaba el tren en Campo Grande, con la mirada perdida en ese reloj de manecilla perpetuamente móvil (de los que te hacen sentir que el tiempo vuela cuando más necesitas que se detenga), ha ocurrido. Una mujer me ha confundido con alguien más y se ha lanzado a darme un abrazo que no me correspondía. Un abrazo ajeno, robado sin querer al destino.
– «¡Rubén! ¡Cuánto tiempo!» – exclama efusiva mientras me estruja.
Yo, que de Rubén tengo lo mismo que de astronauta (es decir, absolutamente nada), me quedo paralizado. El cerebro humano es fascinante: en esos tres segundos de confusión, todo un sistema de alertas se dispara, cual alarma antirrobo de un Seat Panda del 85.
Se me pone un título en la frente: «El protocolo de los abrazos equivocados».
La mujer se separa ligeramente, me mira a la cara, y la veo transformarse. Su rostro pasa por todas las fases del duelo, pero en versión turboacelerada. Negación, ira, negociación, depresión y aceptación… todo en menos de lo que tarda un político en contradecirse.
A mi alrededor, tres ancianas con bolsas de Mercadona observan la escena. Me miran con una mezcla de compasión y diversión, como diciendo «pobrecillo, ha tenido que interactuar socialmente sin aviso previo». Y lo peor es que tienen razón.
Y aquí viene lo interesante: ¿qué hace uno en estos casos? La respuesta es sencilla. Absolutamente nada con sentido. Porque la vergüenza ajena es un combustible tan potente que podría alimentar la central nuclear de Garoña durante varios milenios.
Si lo pienso bien, en mi vida me han confundido unas siete veces con otra persona. Nunca había llevado la cuenta hasta hoy, pero resulta que tengo una de esas caras que la gente cree reconocer. Una cara de «podrías ser cualquiera». Esto me lleva a preguntarme: ¿cuántas veces habrán hablado de mí creyendo que era otro? ¿Cuántas críticas o elogios me habré perdido por culpa de un error de identificación?
Como diría Ted Lasso, todo es cuestión de trenzar relaciones, de construir confianza, de believe. Aunque en mi caso, las relaciones que trenzo duran aproximadamente lo que ese abrazo equivocado: intensas, confusas y con un final abrupto.
Quizás ese sea el verdadero sentido de todo: ser, por un instante, alguien más para alguien más. Un Rubén cualquiera recibiendo un abrazo que nunca le correspondió.
Y es que, como decía aquel personaje que cité el año pasado, «la vida no es más que una serie de momentos incómodos interrumpidos ocasionalmente por pasteles».
Intentando navegar por esta existencia sin manual de instrucciones, equivocándonos a cada paso pero seguimos caminando.
Tuclutú. Tuclutú. Máquina validando mi billete. Al menos este sí era para mí.
- Este tipo de entradas, hasta que se rinda John Connor, siguen lo «pactado» en «Café con Albóndigas». Se irán publicando anualmente el día antes del aniversario del 4 del 4.