Wooden chess pieces

Ajedrez: el inicio

Pues ya estamos en el puente de Diciembre. Desde que la vida va a 2X, como los audios de los chats familiares, quemamos estaciones como si no costara. Pronto los días volverán a ser más largos y tengo la sensación de que fue ayer cuando, Desastrófico mediante, escribía que cada vez anochecía antes.

La verdad es que es un buen momento este si se quiere ver el vaso medio lleno: el verano último ya solo queda como recuerdo un poquito lejano, pero el siguiente empieza a asomar en el horizonte de los anhelos.

Más o menos para estas fechas, calculé, estaríamos acabando el VII Torneo Trapseia de ajedrez online La última partida, entre dos titanes de los escaques, está siendo dura y bonita. Con final de alfiles y peones, siempre traicionero.

Así que hemos iniciado el casting para el octavo, a empezar durante este mes, una vez tengamos reunida a la cofradía. La primera docena de participantes augura una buena colección de integrantes. Si alguno lee esto y quiere unirse, es bienvenido.

Así que, entre unas cosas y otras, ya estoy aquí otra vez hablando de ajedrez (enlazo la entrada veraniega kasparoviense)

Verano 24 (III) – Una partida a Kasparov

 

¿Qué fue primero para mí el ajedrez en pantalla o el de tablero? Recuerdo perfectamente ser autodidacta, aprender a mover las piezas a través de una enciclopedia que teníamos en la terraza. Explicaba con dibujos, en el tomo de la A, cómo se movían alfiles o torres. Pero, ¿cómo empezó todo?

Mis padres tenían un amigo que sabía programar el arranque de ordenadores. Me enseñó, de hecho. Arrancabas aquel viejo 286 y saltaba un pequeño menú de tal modo que si pulsabas 1 ibas al procesador de textos, 2 al trivial, 3 al Battle Chess, y etc.

Así que creo que efectivamente fue jugando al Battle Chess como empezó todo. Y, desde entonces, casi siempre he jugado algo, al menos un poquito al día, un movimiento aunque fuera, a eso del ajedrez.  Porque es que el juego lo molaba todo. Los gráficos eran los que eran, pero ese placer de ver a un peón acabar con la temible dama, o un caballo trotando por el tablero… estimuló mucho la imaginación de un pequeño Rubén que pronto quiso saber cómo jugar mejor.

Ese ordenador no era el más potente del mundo, pero trajo muchos placeres. Ahora que he retomado la palabra del día diaria me dan ganas de retomar el Triviados, o algo así que haya, para recordar los tiempos de la pelea trivial. 

Los espero por el tablero virtual (y pronto por el de tres dimensiones, que ya va tocando)

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