Ehto no eh la Gran Vía

Una de las sentencias de mi vida, una de mis frases preferidas, no me la brindó el anochecer, sino una peripecia protagonizada por un madrileño hambriento y un gaditano certero.

Estábamos en la playa en esas horas en las que los bañistas dejan paso a los pescadores, los enamorados se juntan para ver caer el sol y los artistas apuramos la última cerveza antes de recogernos. Ao y Spa, mis adláteres, me encomendaron la misión de ir a por otra birra: la ocasión lo merecía. Fui al chiringuito, donde el responsable no tenía prisa. No la hay allí, sería un pecado.

Y eso no lo entendió un madrileño cariacontecido, nada integrado ni respetuoso con un entorno que nada casa con gruñones enfurecidos. Tenía su cerveza, servida a la debida cadencia. Pero echaba de menos algo….

  • ¿No pones un pincho, ni nada?

El gaditano al mando le miró a contraluz, gesto visual forzado, valorando si responder. No lo hizo.

  • Pues menuda vergüenza. Tardas una eternidad. ¡Y que no pongas ni unas patatas!

Y entonces sí, entonces llegó la frase:

«Aquí con prisas y exigencias no, ¿eh?
Que ehto no eh la Gran Vía, ehto eh Cabo Trafalgá» 

La concurrencia atronó en risas, empequeñeció el hijo del asfalto. Y esa sentencia se me quedó tan adentro que la recuerdo cada vez que los días se hacen largos pero el verano aún no llega. Y vuelve a mí cuando ya es verano y la vida se vuelve cala; y cuando ya es Otoño y regresan los jerseys y comienza el infinito invierno y sus contraventanas, sus noches sin fin, la lluvia en los parabrisas, los pitidos en el claxón y el gris creciente que todo lo pretende llenar.

Y por eso la frase es el título del grupo de Whats’app nacido de ese verano, con dos de los mejores tipos de la vida, que hará ahora diez estíos se juntaron para bajar a Cádiz. Una de las premisas fue llevar cds (gente viejuna) con discos preferidos pero también sorprendentes o que estuviésemos (casi) seguros de que el resto no habría oído. Y así, alternando kilómetros, canciones y buenas charlas… acabamos en Trafalgar, buscando un anochecer de Pinterest, pidiendo unas birras y encontrando a un tipo auténtico, sin prisa, que nos legaría tremenda lección. Un vividor, de los que saben vivir, de los que conocen en su morena piel que la existencia va de eso, de birras y anocheceres, y no de prisas y asfaltos y mesetarios gruñones con prisa

Bea y D. (me escribe ella porque el otro es tan dejao que se deja hasta el móvil, hábilmente) me mandan vídeos desde allí, inaugurando el picor de tetillas, el ansia de teletransportarse al sur, donde el sol parece ensancharse (como en la foto) para darle la bienvenida al mar y a las canciones de noche y al mejor rimel: el del salitre arrullando cuerpos y cadencias.

Ehto no eh la Gran Vía, le diré este verano de nuevo a mi pequeñajo, que ya tendrá cinco -y el otro dos- y que ya sabe que una de las mejores cosas del verano pasan por irse allí, al Atlántico, a que las horas no importen, los baños se multipliquen y los castillos sean de arena, fortificados, con muchos túneles y vías de escape para el agua insistente.

Lo que de verdad importa.

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