La entrevista de Perico

Esa sabandija de siete suelas y huellas amontonadas también conocida como “año 2018” decidió irse con una puñalada postrera de las que te cambian la mirada al horizonte.

Sigue siendo una de mis esquinas favoritas, enfoques la mirada desde cualquiera de sus vértices. Me refiero a ese momento en el que te aparece la Catedral de Segovia en la retina y te invita a pensar en volar, visitar cada una de sus alturas y lanzarse en picado a rendir homenaje a toda la belleza que la engalana. Es una de las primeras cosas de las que escribí por este rincón, hace ya más de una década, cuando el callado me dejó en silencio. 

Pues se me ha endurecido la vista. Se le ha quedado el regusto de las cosas que ya no vuelven. Una sonrisa pétrea incrustada entre las añoranzas y los ecos de micrófonos, cables y patadas a un balón.

Me llegó la noticia, y me dio por acordarme de la entrevista de Perico. De las pedaladas de la vida y los saltos de cadena.

Tendría seis años cuando me llevaron a Segovia a ver a Pedro Delgado ganar la vuelta por un sufrido puñado de segundos.  Volví a casa, lo recuerdo perfectamente, con mi desgastada gorra del Reynolds, feliz. Detestaba a ese Fabio Parra. 

Cuando años después entré de becario a la modesta radio segoviana en la que tanto vivimos, me lancé a por la entrevista que soñaba de niño. Seguramente robé el número de la agenda de Juan Carlos o de De Andrés, latrocinio que ahora ambos me perdonarán con una sonrisa. 

“Unos minutitos”, le mentí a Perico. 

Media hora le tuve, preguntándole por todas las cuestiones que se me pudieran ocurrir. Era mi primera gran entrevista.

El día de la emisión, el técnico no tuvo su mejor día. Para mi horror, borró el archivo… truncando que fuese emitido. O recuperado.

Ese día aprendí a hacer copias de seguridad por duplicado.

Imagino que el cerebro, incapaz de procesar lo inesperado, decidió tirar de buenos recuerdos, de los que salvan el vistazo al abismo de la nada. 

Y se tiró rápido a las anécdotas, los minutos compartidos en los pequeños estudios llenos de ilusión por lanzar sonido a las ondas, al bautizo de la nueva radio que surgía, las visitas al Pedro Delgado -al pabellón en este caso-, La Albuera, las patxangas. Las fotos de la cena del Komando. 

Aquel gol tuyo de falta, aquel ridículo gol mío de rebote que valió para ganar el único partido de la temporada.

Este fin de semana, viejo amigo de komando y verdes tapetes, se jugó lo que se ha puesto de moda llamar “Clásico de Castilla”. No hubo goles, tal vez de algún modo reclamando no haberlos hasta que una voz socarrona me llamara o escribiera “avileño”. 

Siluetas de confines que se me han afilado.

Se me ha ocurrido tirarme a la tecla, escribir una vez más con unas cuantas canciones de fondo, dejar brotar unas líneas cadenciosas, a su ritmo. Y la carretera, y el horizonte que espera, me chiva que meta pistones, que siga, que nada de bajar la exigencia.

Para que cuando nuestros bárbaros lean de nosotros sepan que vivimos y que los que nos vivieron y vayan quedando por aquí nos recuerden por una sonrisa, por ser obstinados en eso de  vivirla. Por, como dice Javi, ser tercos, geniales, desproporcionados. 

Nos vemos al otro lado, fierro. 

+1
0
+1
0
+1
0
+1
0
+1
0

Deja un comentario