«Mala baba», placer no culpable

«Un libro de alta cocina, de la cocina de lo pequeño. Un imprescindible».

«Mala baba»Ed. Titanium

Lo ha vuelto a hacer, Pablo lo ha vuelto a hacer. Para los que conocéis al autor de «Mala baba», ya sabéis a lo que me refiero. Para los que no, os lo resumo: ha vuelto a hacer un libro magnifico, diferente, inesperado, un golpe al mentón, una sonrisa… con ‘Mala Baba’.

Los cuentos de Pablo ronronean, escribí hace un par de años cuando reseñe su obra anterior, hablando de él como el creador de algo que podríamos llamar «costumbrismo mágico».

Esta vez es otra cosa: es ese punto alquímico que puede encontrarse en el interior de la crueldad, es la belleza que hay detrás de nuestras miserias y el gustirrinin que dan las ajenas. Mala Baba, sí.

Y es que el libro avisa, ojo, ya desde sus tapas: «18 historias con un hilo comun: la crueldad»…

La compilación de historias arranca con unos peces y unas bicicletas: con «Ruso», ese tipo que todos hemos conocido en la vida con el que montas en bici, pero que siempre es más citius altius fortius que tú…

… y entonces me imagino a Pablo como Shyamalan, el del Sexto Sentido, si éste supiera escribir microrelatos, pero con sonrisa de «tijera entreabierta» (uno de los hallazgos de la pluma del autor).

Pero son muchos más.

Muchos podemos escribir del amor adolescente, hay quienes hasta tenemos un libro de ello, pero pocos logran dar con el punto necesario para encontrar ese giro, ese detalle, ese ambiente único: eso es lo que distingue a lo escritores mundanos de los talentos. Y Pablo es un talento.

De todo ello hablé en la presentación del libro en Valladolid, un acto en el que no faltó ni la mismísima Andrea Atropellos…

¿Qué tiene este muchacho en la cabeza?

La narración es acrobática, como una resurrección con tirabuzón: el baile con la muerte es continuo y juguetón, y del mismo no se libran ni los saquitos con huesos. Referencias que entenderéis cuando le hinquéis el diente a este libro angelical…

Así que leed, leedlo. Y haced como yo, que empecé, a partir de mitad del libro, a quitarme todo el pudor de “si yo soy buena persona”, de “si yo no tengo mala baba ni me río de las desgracias”.

Y una vez me quité todas las correas, me pasé desde entonces ya toda la lectura a pata suelta, a palillo en boca como aquel leonés del dni: partiéndome la caja y dejando que las moscas se me metieran en los alveolos de lo desbocado de mi sonrisa.

Sólo añadir, por último, que el libro es único hasta en su aspecto: un acierto.  Vaya: una mara… villa. 

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