Lumínica; volando entre el Adaja y el Guadalquivir

Un nuevo disco de Marazu merece un viaje.

Ávila, lumínica

Para mí, cada historia suya compone eso, un viaje: por emociones, anhelos y añoranzas. Aún recuerdo, del disco anterior, esa primera escucha a “Media Vuelta” que me produjo el mismo preciso efecto, dejarme a la media vuelta de un viaje atrás en el tiempo que dolió, “y no pude sostener la calma y la tormenta”.

Este viaje, intuyo (sé), marcará el creciente otoño con sus anocheceres cada vez más tempranos. He huido de primeras críticas, he guardado -aunque me quemara en la estantería- el disco sin abrir, hasta llegar a este instante: las puertas del tren cerrándose, la sierra de Avila al fondo y Madrid como destino.

Un bloc de notas y una mirada al paisaje dan la bienvenida a Lumínica, que, como debe ser, arranca con Luz.

“Voy a buscar donde brota el manantial de luz”, exhorta un Marazu al que se percibe pleno. Despertar, luz y mañana, la calma de tu templo… la luz se abre paso tras cruzar Hiroshima y la Escandinavia de Marazu.

El inicio del album te da la bienvenida con una sentencia que es declaración de intenciones: “Amar, luchar y tumbar gigantes, de lo demás… nada es importante”.

Lo ha logrado, pienso. Marcar el camino y hacerte querer más. El cuerpo me hace recordar a Coque Malla. Eso es bueno.

Arranca “14 años atrás” y, con ese titulo, es inevitable pensar en Ávila y en cómo puede este tipo con sombrero ser capaz de marcarse una historia de semejante calibre. Un toque a las raíces y a los recuerdos de cuando vivir era más fácil, antes de que pasara tanto tiempo y tanta gente.

“El amor para mi tiene tu nombre”.

La canción derrocha matices y reclama más escuchas para dejarse llevar por los recovecos  y sonidos de fondo. Se adivina una historia calculada al milímetro; como si hubiera, y conociéndole me atrevo a decir que asi ha sido, estado construyéndose dentro durante los mencionados 14 años. Macerandose, cogiendo maduración para sonar como duelen las memorias con tres lustros de poso encima.

El inicio de album ya es soberbio, y prosigue con “Cometa”. Producción cuidada, mimada, detallista. Un sonido más rotundo que los discos de Marazu venían demandando y mereciendo.

“Si he de saltar primero, lo voy a hacer”

Tendrá un gran directo.

“Líneas de Nazca” termina de dibujarte un inicio a flor de piel. La batería te va nivelando la historia, llevándote de línea en línea en nazca, “como una pluma en una ráfaga de viento”.

Las guitarras quieren, se gustan. Y eso… ¿es una mandolina? “Luces de diciembre” es la quinta pista.

Y es, de nuevo, sensibilidad

“Vas a dejarme huellas de carmín
Y mariposas en el vientre
Ahora que nos mira tanta gente

Cuantas promesas puedes incumplir
No hay bien que dure para siempre
Y ya se ven las luces de diciembre”

Lo esperado. Esta banda sonora parece destinada a navegar mi Otoño.

“Elia”. Tal vez conozcan alguna, aunque sea con otro nombre.

La escucho mientras miro las letras en la caja del CD. Y viene a mi un olor olvidado, un recuerdo grato. De cuando no todo era atropellado por el mundo apisonadora y veloz. Es el olor de cd nuevo. A lo mejor es solo cartón y únicamente soy yo el que imagina volar olor tras cada verso. Pero no, no es imaginacion, es el poder de las buenas canciones. La magia de las letras que evocan. Esa magia que pueden tener estilos diferentes, qué se yo, desde Marea a Manolo García, que consiste en transportarte por historias y recuerdos, y no simplemente usar frases vacías para rellenar hasta un estribillo pegadizo.

“El muro de Berlín” te derriba. Un escalofrío me deja perdido entre el horizonte de El Escorial al escuchar…

“Búscame entre el sol y el trigo blanco
Si me ves correr me pongo a salvo
Al perder la fe, comienza algo…”

Recuerdo un knock out personal, junto a la muralla de Berlín, por capital Ávila. Efectivamente, al perder la fe, comienza algo. Aunque, en ese instante estés..

“A merced del tiempo y el espacio”

Libertad es “Río”, apunto. Creo que eso significa, o me significa, Lumínica. Liberación: que se percibe en la idea de cometa, o las metáforas sobre volar.

Se nota que el álbum recoge sus últimos años de rutas y colmaos, Las evidentes influencias, con la parte de quietud y soledad castellana y la búsqueda de emociones río abajo… volando del Adaja, por lo que se ve, al Guadalquivir.

(Hago trampa aquí para referenciar la canción 11, en el Barrio de Santa Cruz por el que Marazu grita tu nombre. Es la joya saliendo del sombrero, lo inesperado, el escorpión de Higuita)

Hice bien, antes de salir, haciendo esa foto al disco junto al cuadro de Charlot

Porque efectivamente, Marazu te hace sentir que sois paisanos, sí, pero del mismísimo Buenos Aires; con el inconfundible sonido portuario de quién imaginaba mares en La Moraña y el Valle Amblés, mientras brincaba de piedra en piedra por El Rastro.

Me sale esa metáfora por no quedarme mudo como el del cuadro.

Maldito genio, qué sana envidia. Qué trabajazo. Y cómo te merecías sonar así de libre y de pleno.

Me salté de mencionar “Lo inevitable” y “29”, aún en shock tras el paso por Santa Cruz, que es sin duda para mí, la marca final de la Z. El lugar donde el cielo brilla más azul  y da sentido a la Luz que arrancó todo minutos atrás al salir de la estación.

El viaje finaliza con “Simulacro”. Minimalista, o mejor dicho íntima, con sabor a vieja escuela, a lo primero, a aquello que a tantos nos enganchó al descubrirle.

Crónico recuerdo a aquellos miedos, a los giros a un cubo de Rubik, de cuando la juventud era mágica y trágica y nos saltaba el diferencial, cuando nevaba todo el dia y eramos inestables.

Aquel Marazu, el de siempre, que con una guitarra y un nudo en el estomago se hacia un bolo en un pequeño local mostrando indicios de lo que está llegando a ser.

El techo, como sus versos, está mirando hacia arriba.

Las cuatro torres se muestran ya al fondo, como si hubieran estado esperando a mostrarse hasta que el álbum no sonara a despedida.

Y recuerdo aquel día que cerramos Gran Vía y alguna otra pequeña callejuela también. Me pregunto dónde anduvimos estos años para no coincidirnos. El destino a veces nos reserva esos vericuetos.

Otoño anochece más pronto, pero gracias a ti esta estación arranca más luminica que nunca, amigo

No queda otra que persistir y buscar donde brota el manantial de luz.

Ya se acaba…

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