De cuentas pendientes y palabras sangradas

“Sangraba palabras en un cuaderno tan desvencijado como su vida. Sus dedos hacían brotar letra por letra los párrafos, y el papel se encargaba de empaparse de ellos y de plasmarles en sus páginas para siempre”

Estas frases nos las manó para este blog Ana Matallana (la autora de la que ahora hablaré) hace ya casi diez años. El tiempo se lo lleva el Cierzo que es una gravitatoria barbaridad.

Y es que hace ya una década que me embarqué a Zaragoza, en donde al poco tiempo conocí a “la becaria esponja”. Así era ella por entonces: joven e inquieta, sonrisa y cariño. Un torbellino que todo lo aprendía y todo lo mejoraba. Bien leída, manaba letras tanto como regateaba horas de sueño. Aquellos huesos a mí me encajaban perfectamente en mis insomnios, así que aprovechaba siempre que podía para meterme entre sus azoteas y rebuscar entre las oscuridades. Con ello, descubría toda su luz.

No pudo hacerme más ilusión, porque era justo lo que el asunto precisaba, ver que su obra empezaba con una cita a Nacho Vegas.

Había leído la sinopsis (se puede consultar aquí) y por eso, cuando empiezo a leer, sé que va a haber un Ataúd. Elemento que escribo con mayúsculas porque es absoluto protagonista desde su silencio. Y desde su elemento, porque vaya elemento.

Lo primero que descubro es que no es un ataúd simétrico (la cruz, la cruz torcida que ya de entrada te tuerce los renglones y te hace enfrentarte al libro sabiendo que no va a ser una lectura más, y que si el día venía simétrico ya puedes ir enterrando la idea de su perfecto encaje).

Escribo a Baeyens y le mando una cita porque la muesca de las cuentas pendientes, a esas alturas, ya me araña las heridas, y el asiento me respira murmullos y la ventana me devuelve reflejos. Se me está contagiando la escritura, o la lectura o la comprensión o la simetría. Qué carallos de simetría, si la lectura rasga y rompe.

Cambio de perspectiva. Bum bum bum. Estoy leyendo con otro tono. Mi cerebro está interpretando a Santiago, obligándome la escritura a cambiar la lectura para interpretar bien lo que entiendo su velocidad cerebral. Bum bum bum. Estoy seguro que el reloj me va a chivar que se me ha acelerado el pulso. ¿Los libros cambian el latido? Bum bum bum. Señor revisor clickea tickets, capítulo acaba, me remuevo en el asiento. Bum. Bum. Bum bum. Y vaya como acaba la primera secuencia. Esto lo coge Calavera y me río de Hitchcock.

Sin embargo, este capítulo ya no es hitchcockiano. Sería más de Alex de la Iglesia. O de Woody Allen. O qué sé yo. ¿Cómo puede haber salido todo de la misma escritora? ¿Cómo se desdobla y hace que al final todo encaje? ¿Y por qué las cuatro torres de Madrid desde aquí parecen tres?

Escribí de Ana en su día…

“Causa y efecto: intensa y extraña circulación sanguínea que otras veces llamo “el escalofrío de las certezas” pero esta vez me revolotea en los huesos que unen la palma de la mano con los dedos. Ya imaginaba que la estabilidad le iba a llevar a la madurez. Una intuición que ahora es certeza y que se asoma a mi pantalla con una belleza contundente”.

Una obra de inicio audaz y arriesgado. Una historia que se encadena, personajes se introducen desde sus especiales particularidades. Cambios de narrativa y de visión, para una lectura que no dejará indiferente, Unas letras que te llevan, en pocos metros cuadrados, de perspectiva en perspectiva, de gris en gris, de verdad en mentira y de mentira en verdad, si es que acaso no todo es mentira, o todo es verdad, o tal vez todo dependa del nombre que queramos darnos.

Me pido, para terminar, un Tango Suicida de “Extremoduro”. Ese que dice aquello de “Deja que te diga, nena, que lo nuestro no es equitativo”…

Serle mas cariñoso, a pesar de la distancia creada, era una de mis cuentas pendientes.

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