Romance de Ramón

Metro de Madrid.

Doscientos-ochenta-y-siete-kilómetros-de-túneles-y-raíles.

Doscientas-noventa-y-cinco-estaciones, puntos de luz en un viaje por la oscuridad. Cada uno de los dos-millones-quinientos-mil-usuarios recorre una media de quince-kilómetros-diarios-en-esos-trenes-ruidosos-feos-blanqui-azules. Cuarenta-minutos-de-trayecto-sepultado.

Todo es artificial, todo menos el orgullo de los gobiernos que lo han construido.

Todo, menos Ramón.

Ramón se diluye entre las miradas de los que habitan en los vagones, entre las manos que agarran, cada día, los mismos milímetros de barra metálica junto a las puertas automáticas, entre las pícaras rumanas que sustraen valores de los bolsillos, vestidas con ajustadas camisetas de imitación.

Ramón es el rey de ese teatro. Recorre los pasillos como uno más hasta que decide dar comienzo a su función. Improvisa su retahíla de piropos a los pasajeros y se gana unas monedas. Envidia cochina que le tiene la Corte de Reales Animadores (CRA) que pasa las horas taladrando los cerebros de la gente ahí abajo, intentando cantar a Silvio Rodríguez, dando palmas, tocando el acordeón, rapeando unas rimas.

Ramón estudia a sus presas y dispara a discreción.

Posee la guapura del que ha vivido mucho (no la del que pretende fingirlo). Sonríe con maestría a sus víctimas. Las mira en nominativo y genitivo, ROSA ROSAE, flor de las flores. Más aún, las admira unos segundos. Se acerca y les suelta un piropo:

“Olé tú, Gracia morena”.

“¿Tienes un momento? Me acabas de robar la vida”.

“Sueño entre tus cabellos”.

“La elegancia lleva tu nombre grabado con fuego”.

Y sentencias de este tipo. Las pilla desprevenidas. Extiende la mano y allá que suelen caerle unos céntimos. Cientos, miles de céntimos por jornada. No hace distinción alguna. Rubias, negras, viejas con collares baratos, chicos narcisistas, deprimidos, modernas. Todo a la chita callando, sin llamar la atención de los armarios roperos de seguridad, levantando la eterna suspicacia de los CRA.

Hoy Ramón ha parado por primera vez en Carpetana, línea 6, antiguo yacimiento arqueológico descubierto en los 80, y de repente ha perdido la memoria entre reliquias de Anchiterium y Cheirogaster. Apoya la mano derecha envuelta en sudor en el cristal de la vitrina que atrapa a un mamut de plástico y pierde el aliento sumiéndose en un viaje astral hasta la cuarta etapa de la Era Cenozoica.

Olé tú, Ramón, protohombre entre invertebrados prehistóricos, alegría risueña y escurridiza del Metro de Madrid, olé tú.

(de Baeyens)

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One thought on “Romance de Ramón

  1. Yo conocí a Ramón. O al menos a un Ramón. De Cercanías entre Chamartín, Nuevos Ministerios, Principe Pio, Sol, Atocha. Bailaba y piropeaba y sonreía y a buena fe que se ganaba sus centimos de euro.

    Con arte y elegancia. Un Humphrey Bogart de Madrid

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