El continente de la desilusión

Verán, yo siempre he odiado a esos tipos o señoras a los que llueva, truene o barnice la vida siempre les va mal. ¿Qué tal te va? Pues mira…mal. Es que no sabes la que tengo. Uff, si estuvieras en mi lugar. Todo lo malo me pasa a mi. ¿Y tú? Claro, tu siempre estás bien. Ojalá tenga algún día tu suerte porque hay que ver la que tengo.

De cómo nos robaron la ilusión.

Me he cansado. Sigo respondiendo “bien” pero miento. Miento como un bellaco y además como un bellaco tonto. No estamos bien. No hablo de mi ni de usted ni del vecino. Hablo en general. No estamos bien y vamos a peor y lo triste es que nos hemos acostumbrado a mirar para otra parte, a asumirlo como inevitable, a tragar porque al fin y al cabo tenemos para un plato de lentejas. Hoy he vuelto a decir “bien” y me he sentido tonto conmigo mismo. Miro a mi alrededor y he perdido compañeros. Pienso en otros antiguos lugares y también han caído como moscas. Hoy mismo los compañeros de Avila Digital, a los que mando un abrazo. Y nadie dijo nada porque temió ser el siguiente. Yo lo temo. Yo he estado a punto de ser el siguiente y puedo serlo en cualquier momento. No estamos bien, no. Trabajamos más que antes por menos dinero que antes, la vida además es más cara y las desigualdades aún más patentes. Inyectamos e inyectamos dinero como si el problema fuera ese. El problema no es que hubiera poco dinero, es que lo tienen diez compañías y sus subalternos. El problema es que un tipo cobra en una empresa lo mismo que 1000 trabajadores juntos y primero echan a los trabajadores. El problema es que el Rey está desnudo y sólo le pagamos operaciones de estética. Que no, que lo que hay que hacer es cambiar de sastre. Desastre.

Por eso les decía que el otro día en el coche no encontraba la canción. Porque no estamos bien y me he cansado de repetir el manido “y que nos quedemos como estamos”. Nos han anestesiado. Necesito un Tarque para continuar

¿Dónde está la revolución?
se la llevó el viento hermano
…como una flor.

Y de repente al cruzar el Pisuerga me vino un pensamiento a la mente. Ya no estamos en el mundo de McNulty sino en la consecuencia del mismo. Si no han visto “The Wire”…lean el enlace anterior y vean la serie para entenderlo. Si lo han visto me entienden. El jorobado David Simon hizo un retrato perfecto de la sociedad de la burbuja, la que vivió permitiendo a los políticos ir preparando el desastre.

Pero es que Simon lo ha vuelto a hacer. Lo está haciendo otra vez y no tantos están viendo “Treme”. Es la serie del pensamiento rumiante.  La pelea ahora está entre ser Creighton Bernette o Davis McAlary.  Ambos saben que nada volverá a ser como antes. El segundo sin embargo intenta olvidarlo. Retiene a los que se marchan, sigue bailando, sigue intentando que no se pierda el espíritu. El primero… (un más que espléndido John Goodman) acaba perdiendo la fe. Ve que nada es lo que fue y que no lo volverá a ser. No es auténtico. Es mentira. Fake. Falso. Y nadie trabaja para cambiarlo. Se han acomodado. El final de la primera temporada es por ello un auténtico golpe al riñon. Hay que ver Treme aunque sea lenta. Es otro golpe a las costillas. Directo al mentón.

Y es que dan verdaderas ganas de que fuera verdad la promicina de los 4400, el cortexiphan de Fringe y en general el petardazo de los mayas.  Que la ciencia ficción no lo fuera, que nos sacudieran de verdad de una vez. Boom.

Se nos está poniendo colmillo alatristesco bajo este sol hereje. Dale otra vez Tarque que me quiero emborrachar

Y es que es verdad que el tiempo no te espera, hoy soy aquí solo un extranjero más, un inmigrante del desaliento.

Pues eso.

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4 thoughts on “El continente de la desilusión

  1. No puedo estar más deacuerdo con todo lo que has escrito. Creo que nos ha tocado vivir un a época que no merecemos y me sigo preguntando si realmente podemos hacer algo para cambiarlo… No son buenos tiempos para la lírica, no señor 🙁

  2. No puedo estar más deacuerdísimo en todo. Me ha hecho gracia leer el principio, porque me ha recordado a algo que he pensado siempre y que escribí hace ya cuatro años, cuando todavía no mentía al responder con un «bien»:

    «(…) Puede que seas feliz. Puede que intentes serlo y no lo consigas. Puede que no te interese lo más mínimo ser feliz. Pero odio con todas mis fuerzas a los que se dedican a llorar en público y no mueven un dedo por solucionar sus problemas, si es que los tienen. Me parece egoísta. Me parece despreciable. Me da asco.(…)»

    Lo triste es que quien merecería un largo café de desahogo suele conformarse con un encogimiento de hombros, una sonrisa triste y un «bien» antes de seguir por su camino dejándote un poco más grande el nudo de impotencia en el estómago.

    Yo no sé si nos han anestesiado, pero nos están jodiendo sin besos ni nada. Y eso está muy feo.

    Tan feo como que mi nombre sea demasiado corto para comentar.

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