Pongamos que hablo de escribir

Entro al Ave con el libro debajo del brazo. Yo como un tonto, buscando la melodía y necesitando una copa para olvidar las del día anterior. Las corbatas se multiplican y al ejecutivo (oh sorpresa) le suena una canción de Marea como politono. Saco los auriculares mientras me imagino siendo el señor Roche al que espera nerviosa en el andén la chica del cartel…

Nunca me equivoqué tanto en una primera impresión. Tanto, que me gustaría regresar sólo para tortearme. Aquel chico rubio que llegó tarde a una cena se ha convertido en una persona a la que admiro por muchas cosas. Profesionales, personales… un tipo muy especial.

Él es el observador escéptico atento a los pequeños detalles de dignidad que nos deja el día a día. Mantiene una admirable atracción por las historias melancólicas y los finales reales (es decir, los no felices). Por eso cuando recibe las buenas noticias lo hace con los ojos muy abiertos, como intentando descubrir dónde está el engaño. Lo contempla todo desde su mirilla particular, una pequeña ventana en la que suenan con fuerza los ecos de lo menudo. Un genio menudo, un menudo genio.

No me gustaría llevarle la contraria al principito, pero juraría que lo esencial sí que es visible a sus ojos. Y no sólo lo ve sino que se lo imagina y completa con otras historias y finales. Te escribe de algo tan devastador como el alzheimer y te lo convierte en una historia de indios y vaqueros. O sigues leyendo y descubres -sin darte cuenta– la belleza escondida de una pequeña spanish barbie.

El Congreso exhibe sus cimientos observada por decenas de jefes de obra: el madrileño de la boina, el pichi al que no le falta ni el palillo… Es curioso, Sigma 2 lo vigila todo desde su letrero en el inicio del Paseo del Congreso, conocido ahora como la carrera de San Dato Estadístico.

Aterrizo en Debob con The End of Maiden Trip en los auriculares. Escojo el banco que apunta justo a la puesta de sol y me echo a reír, sabiendo de antemano que Deivid me llamará cursi en cuanto le cuente la peripecia.

Tiny llama, ya espera en Tribunal. Leo el cuento final y cierro las tapas. El cielo va cambiando de tonalidad, los pájaros se retiran y una niña recoge hojas para su padre, que las va acumulando en el carrito. Ella se afana en la tarea, convencida de que está haciendo su mejor regalo.

El otro regalo, el que me dio el rubio, tiene el tronco de un árbol en su portada. Después de haberle pedido mil veces que me pasara algún relato, el menudo genio (genio menudo) se presentó en la televisión con su pequeño retoño bajo el brazo. Me puse tan contento que ni me acordé de pedirle que me lo firmara.

Si amar es admirar, le amo un poquito-mucho, aunque lo nuestro (caprichitos de la humanidad) es imposible. Gracias Alberto por darle letras a este pequeño viaje iniciático que me hizo recordar que vivo rodeado de genialidades cotidianas… y también de pequeños genios.

“Naturaleza casi muerta” de Alberto Baeyens se presenta mañana Martes 1 de diciembre en la Fnac de Plaza de España (Zaragoza) a las 19:30 de la tarde

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4 thoughts on “Pongamos que hablo de escribir

  1. jijiji, me has dejado boquiabierto!! Te agradezco un montón el texto, y me sonrojo!! Mil gracias…..

  2. Que bonito Ru =)

    Respecto al geniecillo… es todo un artista aal que admiro y del que espero seguir sus pasos algún día, y él ya sabe q nosotros siempre brindaremos por la belleza de los días tristes jiji

    Allí estaremos para verlo, faltaría más!

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